El año 2014 fue un terremoto en el tablero político. Se ensayaron dos modelos opuestos de entender y hacer política. Por una parte, el PP de Rajoy y el PSOE de Rubalcaba. En frente, el Podemos del pentágono de la UCM y el Ciudadanos de los resistentes del Procés. En un estadio intermedio, la IU en guerra civil y la UPyD en descomposición. Cronos continuó con el transcurso del tiempo, y las consecuencias del seísmo se empezaron a palpar. El PP de Rajoy, de Cospedal, de Sáez de Santamaría, de González Pons y de Floriano se convirtió en el PP de Rajoy, de Cospedal, de Sáez de Santamaría, de Levy y de Casado. El PSOE de Rubalcaba y de los 110 diputados se transformó en un partido de elecciones primarias que pasaría a ser de Pedro Sánchez, Susana Díaz y 90 diputados para terminar siendo el partido de Pedro Sánchez contra Susana Díaz contra Patxi López y 85 diputados. La formación morada, la del pentágono de la UCM en tensión con Anticapitalistas, mutó en los mentideros de una corte de los milagros que enfrentaba a errejonistas, pablistas y a sus particulares escuderos anticapitalistas. Los naranjas reducidos a Cataluña, pese a los intentos de emerger de mano de Libertas y otras alianzas, se expandieron por España bajo la figura de Rivera y las residuales críticas. IU se despedaza entre los comunistas de pura cepa no-leninistas de López y los convergentes de Garzón. UPyD fenece lenta pero combativamente, sin el calor maternal de su fundadora.

Algún analista ha reducido esta nueva situación política a una reencarnación del pasado, situando al PP como hijo natural de su madre biológica, AP, al PSOE como prólogo del PSOE de hace cuarenta años, a Podemos como segundo intento del PCE y a Ciudadanos como destello de los extintos UCD o CDS. De fondo, late la idea de que los cuatro proyectos son viejos conocidos, en los que la nueva política no tiene cabida. Posiblemente, se equivocan. El único partido que ha permanecido impertérrito e invariable al paso del tiempo y a las constantes modificaciones de los modelos productivos es el PCPE, cuyos votos no suman más que 26.553. El resto, son otros actores políticos muy diferentes. El PP de Rajoy se trató de alejar de aquel ex-ministro franquista gallego, aun con alguna que otra rémora, como el último escándalo que protagonizaron cargos públicos azules y la Fundación Francisco Franco. Este PSOE sueña con retroceder en el tiempo, a los inicios de González y Guerra, para ser el partido de una década, el icono de la juventud y la esperanza del trabajador. Podemos es una reacción al PCE, una reacción a la hoz y el martillo modernos en pro de una PAH, un Gamonal o un 15M posmoderno. Ciudadanos busca coronarse como vástago de Suárez, del centro que cautivó a los españoles en 1977 y 1978; pero ya han comprendido que los corazones de la transición no palpitan igual que los del siglo XXI.

Al margen de análisis y ensayos, el Parlamento se encontró más dividido que nunca. Esta fragmentación obligó a la ciudadanía a votar nuevamente. En los ayuntamientos, a excepción de Cataluña y Esukadi, cuya atmósfera es distinta a la del reto del Estado, las candidaturas de unidad popular y las socialistas se medían contra las del PP, en solitario o con el respaldo naranja. En las Comunidades Autónomas se repitió el esquema, sumando en Valencia a las primeras fuerzas a Compromís, en Baleares a MÉS y a EL Pi, cada uno en una facción distinta, y en Cantabria, la sierra burgalesa, con ese híbrido autonomista denominado PRC aglutinando a los primeros.

En este tiempo de estabilidad, que, según los documentos de Podemos, se prevé que finalice en el año 2020, podemos hacer las primeras apreciaciones sosegadas: ¿ha existido la nueva política? Ese PP que prometía renovarse y exhibir su vena dialogante, olvidando que en la X Legislatura batió el récord de porcentaje de decretos, se afana en blindar las normas que encontró la oposición de la mayoría social de este país, permitiendo leves cambios, como en el aumento del salario mínimo, pactado junto al PSOE de espaldas a los sindicatos. Ese PSOE que pretendía tornar su asueto por un tiempo de reconstrucción interna y de consolidación como fuerza de la oposición parece haberse ahogado en los constantes reproches vertidos externamente, llegando a hacer de las sanas elecciones primarias en un plebiscito más atroz que las generales. Ese Podemos que pretendía hacer política en la calle y en las instituciones se quedó cojo; la mucha calle rubricada por los anticapitalistas abandonó las negociaciones parlamentarias para plasmar una porción de su programa electoral, siendo arrebatados por el PSOE dos de sus banderas en la campaña: la pobreza energética —con insulto a Carmona de regalo— y el aumento del salario mínimo. Ese Ciudadanos que pretendía estar en todas las reuniones y multiplicar su presencia en el Congreso mediante esa dignidad de partido bisagra se ha desvanecido en esos acuerdos a los que están llegando tan frecuentemente azules y rojos, relevándose los naranjas como indiferentes.

Esto es España, y éstos nuestros políticos. Este es el lienzo que Cronos nos ha dejado. Cronos… y nosotros, electores.

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