Y en el balcón de Génova 13 se pasó de colgar el cartel de victoria al de “se vende”.

Con las elecciones catalanas, los barones colocaron a Casado al borde del precipicio y le amenazaron con que este sería el último fracaso que le permitirían. Con tono mafioso Moreno Bonilla, Feijóo y compañía habrían dictado los pasos a seguir de cara al siguiente cambio de rumbo. Con cada fracaso, los mismos deciden qué hacer. ¿Los votantes castigan nuestros pactos con Vox? Centro. ¿Los votantes castigan que hayamos confundido centro con sumisión? Derecha. Y en eso se resume el PP desde 2018.

Vender una sede, salpicada por los escándalos, pasados, pero propios del partido, es pura escenificación, o la clara entonación de un mea culpa de cara a los futuros procesos judiciales en los que las reformas de la sede popular tienen rol propio. ¿Qué se consigue con la venta de la sede? Para algunos expertos, esta decisión se toma más bien por la situación bancaria de los populares, un balón de oxígeno frente a las deudas electorales a las que los de Casado deben hacer frente. Para otros, mero simbolismo. Renovación, pero exterior, de la renovación interior en el partido ni se habla.

El Partido Popular vive instalado en la realidad paralela de que el bipartidismo sigue vigente, ignorando que a derecha e izquierda, términos que hace tiempo dejaron de ser representativos de los votantes, hay dos partidos retroalimentándose. Curioso que estos dos partidos, sean lo contrario a ese PP de Aznar y ese PSOE de González, dos partidos claramente anti-sistema que han entendido que la política ya no mueve masas, pero sí mueve fanáticos.

Los partidos hace tiempo que dejaron de ser útiles para el ciudadano de a pie. Con la profesionalización de estos, los partidos se alejaron de los problemas del pueblo y pasaron a ser empresas, lugares donde encontrar trabajo a base de afiliación, y donde los potenciales líderes van en busca de una plataforma que les abra puertas.

Esta no es la razón de ser de los partidos. Como explicaba Peter Mair en “Gobernando el Vacío”, los partidos nacen como punto de encuentro de los ciudadanos para participar en la vida democrática, en este caso de una España que anhelaba la libertad. Con el fin del régimen, llegó el momento de los partidos de masas, donde cualquiera podía alzar la voz para cambiar su país, donde el político representaba a sus millones de votantes y no a sí mismo. ¿Qué tenemos ahora? Dos grandes partidos que no han entendido que España está cansada de que estos sirvan a las élites.

Uno de ellos, PSOE, del que ya poco se conoce, después de haber pasado a ser el partido de Sánchez, y el PP, luchando con fantasmas del pasado. 2 partidos que con sus errores, de ambos, han llevado a la degradación de la democracia y han sido los causantes de la indiferencia del ciudadano hacia la participación en política y que creen que el nacimiento de los extremos – los populismos – son culpa de la radicalización del ciudadano. A quienes creen esto, les digo que los fanáticos que ven la política como fútbol, siempre han estado, ahora simplemente tienen un partido en el que refugiarse. Les digo que han sido ellos quienes han alimentado a la bestia, y que la solución no reside en cambiar de siglas, ni en culpar al pasado, así como tampoco lo es querer fagocitar a otros partidos por el camino. De Sánchez ni hablo, porque a él el tema de la democracia poco le interesa, con tal de seguir en Moncloa.

La solución es entender que los extremos no son mayoría, pero que si no movilizan los grandes partidos a su votante, puedan terminar por crecer a pasos de gigante. El antídoto es ser capaces de llegar a esa España que dejó de verse representada en la política, que vota a quien menos burradas dice o a quien menos bronca monta, aunque sus ideas sean las de un pirómano. Esa que no quiere un nuevo partido, ni unas nuevas siglas, porque lo que piden es un movimiento cívico, en el que participar, en el que desterrar esa absolutista distinción de izquierda y derecha, en el que un obrero comparta ideario con un empresario, en el que un republicano y un monárquico se unan por lo que de verdad les importa que es que España progrese unida, aceptando que somos diversos, y que la homogeneidad no significa mayor unidad. Pero hasta que ningún líder entienda esto, el circo, el insulto y la política del tweet, seguirá siendo orden del día y la tercera España será espectadora de cómo muere su democracia.


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Estudiante de Relaciones Internacionales en Leiden University. Miembro de NNGG, liberal, europeísta y defensor de la política útil.

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