Mitología

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FILE - In this March 1985 file photo Cuba s leader Fidel Castro exhales cigar smoke during an interview at the presidential palace in Havana Cuba Castro has died at age 90 President Raul Castro said on state television that his older brother died late Friday Nov 25 2016 AP Photo Charles Tasnadi File

El miércoles por la mañana fallecía Rita Barberá. Tres días después amanecíamos con otra noticia mortuoria desde el otro lado del Atlántico: la defunción de Fidel Castro. La impertérrita alcaldesa de España, mito de la derecha sociológica moría, para sorpresa de muchos, custodiada aunque olvidada en un hotel capitalino. Asimismo, el inmortal comandante en jefe cubano, inspiración de una izquierda descendiente del mayo del 68´, partía al Reino de Hades. Esta semana hemos tenido que enterrar también al poeta Marcos Ana, activista antifranquista que estuvo recluido más de veinte años en las fauces presidiarias del Régimen.

“La vida es un suspiro”, clamaba el literato. Sin ornamentos ni tesis doctorales, todo ser humano sabe que su existencia es limitada: igual que tiene un principio, tiene también un final. Una muestra de esta angustiosa filosofía que constriñe a la raza humana se materializa en la historia de Aquiles. Aquel legendario guerrero que desafió a dioses y a hombres murió. De igual forma, esos conspicuos semidioses actuales que campan en la cabeza de los viandantes también son Aquiles.

Los mitos que otrora alumbraron a generaciones, acompañándose de estandartes y discursos, hoy fenecen, como todo producto humano. Al fin y al cabo, este linde natural es la voz que advierte que el cambio generacional es el prólogo del cambio del orden mundial. Las juventudes de izquierdas ya no evocan Sierra Maestra o La Habana; e incluso las rechazan, al considerarlas rémoras en el camino al poder, con alguna excepción en la ortodoxia marxista inscrita en la UJCE. Similar proceso sacude el otro lado ideológico: la derecha que, ayer, ensalzaba a la primera edil de Valencia, forjadora de un caudaloso chorro de votos azules en su municipio, hoy, era apartada e incluso maltratada por sus propios correligionarios, con Maroto como principal exponente.

Es el momento de repensar el panorama político internacional. Quizás, los términos derecha e izquierda se han desvanecido, como Barberá y Castro. Prueba de este cambio es que en Francia pugnen para llegar al Elíseo la derecha moderada y la derecha nacionalista. Otra prueba es que Donald Trump, repulsado por la mayor parte de los referentes republicanos, se haya convertido en la opción ganadora de Estados Unidos, con alrededor de sesenta millones de votos. No podemos olvidarnos de la máxima autoridad vaticana, que abandona la dirección conservadora para apostar por un rumbo más progresista.

Marx afirma que la historia se repite. Tal vez, aquel filósofo alemán —mito del joven Castro, por otra parte— tiene razón, y lo único que cambian son las denominaciones. Sin embargo, en este instante histórico, creo que no. Sin Marx no se puede comprender la Edad Contemporánea, que va desde las revoluciones industrial y francesa hasta algún día que los historiadores del futuro marcarán entre las dos últimas décadas del siglo XX o la primera del XXI. Pero ahora no se pueden entender los cambios sociales y políticos mediante la dialéctica marxista o de Adam Smith. En todo caso hablaremos de neomarxismo o neoliberalismo, en los que el neo eclipsa al otro sustantivo. Diversos factores preconizan un nuevo orden mundial que va gestándose lentamente pero sin mácula de prisa: Internet, importantes cambios culturales, avance atronador de las nuevas tecnologías, la nueva forma de distribución de información…

Nos guste o no, la modernidad se ha ido. Los últimos iconos que permanecían en el orbe se zambullen en el piélago del pasado. La muerte es ese dolor hacia lo desconocido, ¿y quién sabe si hacia el final? La muerte es también el comienzo de una nueva etapa entre los que todavía no hemos embarcado en la barca de Caronte. La posmodernidad surge como timonel de este barco a la deriva que es nuestro mundo. Por ello, los movimientos que aún rememoran la modernidad y tratan de presentar sus valores sin actualizar están condenados al ostracismo. Al fin y al cabo, los “nietos” de los izquierdistas ya no se sienten representados por banderas rojas u hoces y martillos. Tampoco los “nietos” de los derechistas se sienten atraídos por el águila de San Juan o la cruz y el puñal.

El nuevo orden germina de este cambio. La imagen de este cambio se llama Peter Thiel, empresario de éxito y homosexual que no ha dudado en apoyar al candidato del partido que pretendía fracturar la palabra “matrimonio” de su condición sexual que, a su vez, rechaza esta herencia. Al fin y al cabo, este nuevo orden es el resultado de unos años de moderna corrección política. Estados Unidos enfrentó a los rescoldos de la modernidad con la acuciante posmodernidad. Venció la posmodernidad. Y es deber de todos los que hemos de convivir con este modelo imperante fraguar en ello un semblante más amable, justo y decente, materializando los imperecederos deseos de bondad y justicia social que siempre acompañó a la historia, más allá de los órdenes concurrentes.   

Se nos avecina un nuevo orden. Pero hoy, despidamos a los pilares de una civilización con luces y con demasiadas sombras. Descansen en paz, Rita Barberá, Fidel Castro, Marcos Ana…

 

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