Culpables

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La política española no permite a nadie mínimamente interesado dormirse en los laureles. Si uno cierra los ojos se pierde unas veinte comparecencias, dos levantamientos de la mesa, unos tres acuerdos y unos cuantos reproches.

Pero si esto debería ser todo un espectáculo en el mejor sentido de la palabra, ha terminado por ser toda una pesadilla. Una pesadilla que, además, sólo cesa cuando la actualidad informativa se ocupa de otro tema: la corrupción. ¿Era esto lo que nos prometían?

Uno puede haber votado a uno u otro partido con la mayor ilusión y el más claro convencimiento, y sabe que en algún momento llegará una mínima desilusión. Lo que choca ahora es que sea tan pronto, cuando se acaban de repartir las cartas y ni siquiera ha empezado el juego.

De acuerdo, queremos ser como Dinamarca, un país que no tiene una mayoría absoluta en su parlamento desde 1909, pero es difícil, sí. Creo que ya se ha escrito bastante sobre lo terco que es este país y, por extensión, su política. Lo hicieron Unamuno, Machado, Alberti, Valle-Inclán,… pero todo iba a ser diferente esta vez… ¿no? Esa era la promesa, al menos, antes del 20-D. Todos veían la que se venía encima, iba a tocar ponerse serios y daneses esta vez. Como se suele decir, sabías a lo que venías.

Sin embargo a día de hoy nos hemos encontrado con la peor cara de la política española. No es una sola cara, son varias, nadie se libra. Porque al menos, antes, era “lo de siempre”, te resignabas. Ahora todo iba hacia arriba, la política interesaba, la gente participaba activamente, en la calle o con un tuit. Pero ellos han hecho que más dura sea la caída.

Te reprocho, te saco los GAL, te saco Venezuela, confundo a Chávez con Chaves (creo que no es tan difícil distinguir a un venezolano de uno de Ceuta), te pido un ministerio, te ato a mi pacto aunque me hayas llamado de todo en campaña, te invito aunque te sientes con el PP por sentido de Estado, me enfado y pongo mala cara en la mesa a tres,…

Sin darnos cuenta hemos vuelto no a la casilla de salida, sino a tener todas las fichas aún en casa, esperando a sacar no se sabe muy bien qué cinco.

Quieren volver a consultarnos, a los ciudadanos. Oigan, la democracia es sana, por supuesto, pero tiene un mandato obligatorio para aquellos a quienes hemos colocado en los sillones.

Nos enteramos después por diferentes medios que luego se han reunido en secreto, que la bronca no es tal, que se han regalado libros, que han quedado para cenar, que se llevan “tan rebién”, que diría mi abuela… pero no sirve para nada. Al día siguiente todo sigue igual en esa sala de prensa en la que algunos periodistas ya prácticamente viven, si es que eso es vida.

Y si de quienes podríamos esperar un poco más de cordura, los medios, por su pluralidad y supuesta ética profesional, dependiera, mal íbamos. Son sólo una prolongación de los partidos, cuando deberían serlo de la sociedad. Sin dar la razón en ningún momento a Pablo Iglesias, ya no importa que lo publicado sea verdad o no. Sólo importa el titular. Si hace falta, cambio el tradicional diseño de mi portada con celdillas y coloco una gran foto en primer plano del culpable. ¿Según un tribunal? No, según mi equipo de redacción. ¿Alguien me desmentirá? Seguramente, pero mientras tanto ahí queda. Hay donde elegir: financiación extranjera por parte de un país sudamericano, intentos de una Gran Coalición,…

Por eso me sigue haciendo gracia eso de que el 26 de junio, cuando nos llamen a las urnas (otra cosa es que vayamos), penalizaremos a quienes hayan sido “los culpables” de que no haya Gobierno. Creo que la ciudadanía tiene, por desgracia, dónde elegir.

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