Sigue la contienda-disputa política en el Congreso de los Diputados, en los partidos políticos y, por qué no decirlo, en el conjunto de la sociedad.
Continúan los debates, encuestas y portadas-noticias de los medios de comunicación sobre cómo quedará el futuro gobierno o si esta situación provocará la anticipación de unas elecciones en las que varíen, aunque sea mínimamente, los resultados y los escaños, para que no bailen las dudas sobre posibles coaliciones y se pueda garantizar la estabilidad, parlamentaria y gubernamental, que tanto se demanda.
Nos sorprendemos de la posibilidad de que haya gobiernos formados por distintos partidos, es decir, lo que conocemos como gobiernos de coalición (ya sean de un color u otro). Y a la vez, yo mismo me sorprendo de que lo raro en nuestro país sea lo anteriormente comentado y no un gobierno que cuente con mayoría absoluta en el Parlamento. Pese a que los medios de comunicación introducen nuevos términos para la audiencia, como es el caso de la fragmentación o inestabilidad, no son recientes para los analistas políticos o ni siquiera inéditos para otros países de Europa.
Y no sólo en Europa, sino en otros ámbitos territoriales de España, como son los ayuntamientos y los parlamentos de las Comunidades Autónomas. Sin contar con aquellas legislaturas en las que el Partido Popular (PP) y el Partido Socialista (PSOE) han contado con puntuales apoyos de los partidos nacionalistas (CiU, PNV, Coalición Canaria, entre otros) para acceder al ejecutivo (sin que éstos últimos entraran en el Gobierno), como puede ser el caso de la VI Legislatura (1996-2000, primer Gobierno de Aznar como Presidente), o la V Legislatura (1993-1996, siendo el último Gobierno de Felipe González).
Para más información sobre las coaliciones en Europa recomiendo la lectura de este artículo de Carlos Carnicero para El Huffington Post: Los raros somos nosotros: las coaliciones son la forma de gobierno típica en Europa.
En la última semana, conforme se acercaba la fecha en la que el Rey de España tenía que proponer un candidato para que formara gobierno, los partidos y líderes políticos han movido sus fichas en el tablero.
Por un lado tenemos al PSOE, la pieza clave (pese a no ser la fuerza más votada) en esta nueva legislatura. Ha conseguido, con el apoyo de Ciudadanos y la abstención del Partido Popular, la Presidencia del Congreso de los Diputados a través de la figura del que fuera Lehendakari, Patxi López. Pedro Sánchez ha decidido esperar a que Felipe VI propusiera candidato para así ganar tiempo de cara a un futuro gobierno, pero los planes no han salido del todo bien debido a dos hechos: primero, la oferta de Podemos de la mano de Pablo Iglesias, y segundo, la renuncia de Mariano Rajoy para intentar formar gobierno al tener una mayoría parlamentaria en su contra.
Por otro lado tenemos a Podemos, del cual desconocemos de momento sus intenciones reales con la oferta realizada al PSOE. Un gobierno al que llana “progresista y de cambio” en el que incluye a Izquierda Unida, exigiendo la vicepresidencia para Pablo Iglesias y ministerios de gran relevancia.
Cuando digo que desconocemos las intenciones de la formación morada me refiero a que puede tratarse, en realidad, de una estrategia de precampaña con varios objetivos: desestabilizar al PSOE con los votantes-militantes que estarían a favor y en contra de dicho pacto; provocar un claro posicionamiento del PSOE a favor de fuerzas de centroizquierda (Podemos e Izquierda Unida) o de centroderecha (Partido Popular y Ciudadanos), lo cual implicaría un riesgo muy elevado para Pedro Sánchez y su partido. También puede provocar un conflicto interno en el PSOE al tensar la cuerda entre Pedro Sánchez y los barones autonómicos. E incluso si el pacto no fluye y se celebran elecciones anticipadas (de ahí que lo llame precampaña), Podemos ya tiene un nuevo sujeto al que culpar de la inestabilidad y de la obstrucción política: el PSOE.
Además, el conflicto interno en un partido político desmoviliza a los votantes, ya que el electorado lo relaciona con un símbolo de debilidad, con lo que Podemos podría aumentar su número de votantes, jugando con la volatilidad y atrayendo a los que apoyaban al PSOE anteriormente. Todo eso puede encajar con la forma en la que Pablo Iglesias ofrece el pacto para gobernar al PSOE: criticando a su cúpula, su pasado, sus políticas y alabando a sus votantes, simpatizantes e incluso a su militancia de base.
En el espectro político opuesto, Mariano Rajoy ve ahora con buenos ojos un gobierno apoyado por el Partido Popular, PSOE y Ciudadanos. Mientras, espera que Pedro Sánchez reconsidere el panorama político que tiene por delante, quien intenta ganar tiempo (de nuevo), esperando a que Rajoy se postule o no como candidato para formar gobierno. Todo ello puede desgastar tanto a Rajoy como al PP.
Así que tanto Pedro Sánchez como el PSOE tienen varios frentes abiertos: uno con Podemos e Izquierda Unida, tanto por el futuro, pensando en unas nuevas elecciones, como por un futuro gobierno; otro con el Partido Popular y Ciudadanos; y otro con los partidos nacionalistas.
Ahora tenemos que esperar y observar cómo se desarrolla esta semana, en la que el Rey inicia una nueva ronda de consultas para proponer otro (o el mismo) candidato para formar gobierno. Y por supuesto, debemos estudiar cómo estos movimientos políticos de los principales partidos repercutirán en el comportamiento electoral de sus apoyos.
En definitiva, el problema no es otro que los ojos con los que se miren un futuro pacto. Concretamente, el problema vendrá determinado por qué partidos formarán ese pacto o coalición y quiénes ocuparán los ministerios.
La polémica está servida. De momento parece que no hay cabida para lo que verdaderamente importa: las políticas para la sociedad.