En España estamos viviendo en una campaña política permanente. En sólo seis años, desde las elecciones europeas del año 2014 (cuando Unidas Podemos irrumpió en el sistema de partidos español) hasta las elecciones autonómicas del pasado 12 de julio de 2020 en las Comunidades Autónomas de Galicia y País Vasco, en España se han celebrado dos elecciones al Parlamento Europeo (el 25 de mayo de 2014 y el 26 de Mayo de 2019), dos elecciones municipales (el 24 de mayo de 2015 y el 26 de mayo de 2019), dos elecciones autonómicas en aquellas comunidades que accedieron a la autonomía por la vía lenta (el 24 de mayo de 2015 y el 26 de mayo de 2019), dos elecciones al Parlamento de Galicia y dos comicios al Parlamento Vasco (el 25 de septiembre de 2016 y el 12 de julio de 2020), dos elecciones al Parlamento de Cataluña (el 27 de septiembre de 2015 y el 21 de diciembre de 2017), dos elecciones al Parlamento de Andalucía (el 22 de marzo de 2015 y el 2 de diciembre de 2018 [coincidiendo con la primera vez en la que Vox irrumpe en el abanico parlamentario andaluz]) y cuatro elecciones generales (el 20 de diciembre de 2015, el 26 de junio de 2016, el 28 de abril de 2019 y el 10 de noviembre de 2019).


De este modo, desde el desglose del bipartidismo imperfecto en un multipartidismo competitivo en donde nuevos partidos políticos han cobrado protagonismo (como Unidas Podemos, Ciudadanos, Vox y los partidos políticos nacionalistas), España ha vivido su período electoral más activo desde la restauración de la democracia en el país.

La alta actividad parlamentaria ha provocado que estemos viviendo en una constante y permanente campaña electoral que ha impedido el descanso necesario para que el elector pueda reflexionar sobre el proyecto de un determinado partido político, los partidos políticos puedan desarrollar proyectos a largo plazo y puedan huir del cortoplacismo electoral orientado en cumplir las exigencias de las necesidades presentes pero que es incapaz de pensar en proyectos de Estado para lograr un impacto en el futuro y la ciudadanía pueda valorar si la promesa electoral de un determinado partido político se ha cumplido y si este ha podido satisfacer sus demandas.


No resulta extraño ver como cada día los representantes políticos, tanto del gobierno como de la oposición, comunican sus logros para conseguir una mayoría electoral diaria aunque, en teoría, no estemos en campaña. Este hecho se puede multiplicar en las Redes Sociales, en donde los políticos gobiernan a golpe de tweet cuando manifiestan sus declaraciones oficiales a través de sus cuentas personales ante una audiencia sedienta de polémica política. Esto provoca que el poder del partido político sea menor ya que el que cobra protagonismo es el medio de comunicación y las constantes encuestas y sondeos logrando, así, una obsesión comunicativa de la política que va mucho más lejos de la clásica faceta electoral.

Asimismo, la comunicación política es una técnica imprescindible para llegar al poder a través de un relato coherente que apela a la comunicación electoral, que pretende conseguir el poder, la comunicación del gobierno, que explica la gestión política diaria y la comunicación de la oposición, que tiene como objetivo el recuperar su poder o acceder por primera vez a él.


La democracia necesita instituciones sólidas y transparentes que moderen el peso que las campañas políticas ejercer sobre el gobierno, la oposición y el resto de partidos políticos del abanico parlamentario al promover el lenguaje del cinismo, la crispación y la desconfianza política.


En un sistema democrático saludable, se tiene que aprender a gestionar las promesas y los desacuerdos. Las promesas políticas le sirven al partido político como objetivo a realizar pero también como impulso para que la ciudadanía confíe en su proyecto, pero, no se debe de olvidar que las promesas políticas deberían de ser sensatas, realizables y coherentes con su línea de pensamiento.

Por lo que, de igual manera, tampoco conviene exagerar el desacuerdo y la crispación cuando una promesa no sale adelante, ya que cualquier partido político debería de ser capaz de defender las posiciones propias sin descalificar las posiciones diferentes, pues, nunca sabrá cuándo tendrá que aliarse con el contrincante para sacar adelante un proyecto, gestionar unos presupuestos o gobernar una ciudad.


Sigamos haciendo campañas, sigamos comunicando, sigamos dialogando, sigamos llegando a acuerdos, sigamos siendo sujetos activos en la política de nuestro país, pero sin obviar que las bases del respeto mutuo entre los partidos políticos, los electores y la ciudadanía es necesaria para construir el proyecto político del futuro.


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Estudiante del Programa de Doctorado en Ciencias Políticas y de la Administración y Relaciones Internacionales en la UCM, con Título de Experto en Prevención y Gestión de Crisis Internacionales en la UC3M, Máster en Política Internacional: Estudios Sectoriales y de Área en la UCM y Graduada en Ciencias Políticas y Administración en la USC, que ha dedicado la mayor parte de su etapa universitaria a la participación en numerosos torneos de oratoria y debate universitarios y al fomento de la red de la libertad desde la sociedad civil con su implicación en asociaciones como Students For Liberty y Alumni For Liberty. Ante todo: paz, amor y libertad.

1 COMENTARIO

  1. Muy bueno el artículo, pero yo varío en el enfoque. A tí te parece un problema para el correcto funcionamiento democrático y yo lo veo como consecuencia directa del mismo. El problema es la democracia de carácter político y coactivo.

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