El terrorismo del desconocimiento

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[dropcap]“C[/dropcap]ada obra de arte  es hija de su tiempo y debe de ser entendida como tal” una afirmación, que desde luego, no ha calado demasiado en la mente bárbara de los miembros de ISIS.

Querer crear una historia a la carta destrozando todo aquello que no se ajusta a sus gustos no es más que un síntoma de fanatismo y sobre todo un desconocimiento atroz acerca del pasado. Somos lo que somos hoy gracias a que alguien lo fue primero.

Sobre el año 1300 aC una población de organización fuertemente militarizada buscará expandirse por el Creciente Fértil convirtiéndose en pueblo independiente estableciendo su capital en Assur y llegando incluso a conquistar Egipto. Sociedad de organización militar y fundamentalmente dedicados a la agricultura acabarán sucumbiendo a los persas en el año 538aC con la toma de Babilonia.

La idea de contar y narrar forma parte fundamental del pueblo asirio, de ahí deriva la importancia de sus representaciones artísticas, no solo plasmaban hechos históricos sino que también dejaron constancia de anécdotas y leyendas que para otros pueblos llegaban a ser hasta marginales. A esto se suma la costumbre de nutrirse de otras culturas vecinas y de las conquistadas lo que hace que su escultura sea un compendio de todo lo ensayado hasta la época.

Aunque todo esto hace de la cultura asiria una excelente forma de conocer el pasado una vez más se abre el debate de si realmente existe un arte de primera y otro de segunda al que no damos tanta importancia.

Si por algún casual lo que sufrieran tales actos terroristas fueran, por ejemplo, las cariátides de la Acrópolis griega todos nos rasgaríamos las vestiduras y nos echaríamos las manos a la cabeza preguntándonos como ha podido ocurrir semejante desgracia. Sin embargo, este capítulo de barbarie no ha ocupado más que un par de minutos en televisión y algunas hojas en los periódicos. Probablemente porque lo vemos como algo lejano, algo desconocido y no le concedemos la gran importancia que posee. Sin duda la cuna de la civilización es una gran desconocida, mientras que todos hemos oído hablar e incluso fantaseamos con los jardines colgantes de Babilonia (cuya imagen en nuestra mente es totalmente errónea) pocos son los que realmente saben que esos “toros alados” que han taladrado sin piedad son figuras protectoras llamadas Lamassu creados con el fin de advertir a los recién llegados y acompañar a los que abandonaban la ciudad. Porque así eran los asirios, fieros guerreros que trataban de advertir a todo aquel que llegara a su tierra con malas intenciones, pero al mismo tiempo querían que la protección divina acompañara al viajero que abandonaba sus ciudades.

Pero ¿cómo debemos proteger este legado? Aquí nuevamente se abren dos frentes bien diferenciados entre los que apuestan por mantener las obras de arte en su lugar de origen y los que opinan es que es mejor trasladarlos a un lugar seguro donde puedan conservarse para siempre. Pero mientras nadie se decide sobre qué es lo correcto ISIS seguirá destruyendo sin piedad nuestra herencia, algo de lo que nadie es dueño y sobre todo algo que es parte de cada uno de nosotros.

 

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