El concepto de «derechos humanos» ha pasado de ser un consenso cuasi universal a una cuestión discutida y discutible en función del lugar en el que uno se encuentre. La férrea apuesta por su difusión y defensa, una mera declaración de intenciones tan ligera como una hoja movida por el viento. Nada más allá de lo plasmado en aquel documento de renombre ratificado el 10 de diciembre de 1948 por los países miembros de las Naciones Unidas. ¿Hoy día? El recurrido chiste de los gerifaltes de los países más autoritarios del mundo en las inútiles reuniones de la organización supranacional.

Por si a alguien le quedaba algo de fe en este curioso entramado, solo tiene que echar un rápido vistazo a la composición de su Consejo de Derechos Humanos para este recién entrado y ya abrumador 2021. Entre los múltiples miembros, sorprenden los siguientes: Burkina Faso, Uzbekistán, Bangladesh, Filipinas, Mauritania, Venezuela, Camerún, Eritrea, Somalia, Sudán, Rusia, China, Libia o Cuba. No es que resuenen en el plano internacional por su inmaculado compromiso con la libertad, la dignidad de las personas o la protección de los derechos naturales comunes a cualquier ser humano, precisamente. Y, no: no es fake. Compruébelo usted mismo en la web oficial del órgano a través de este enlace: https://www.ohchr.org/SP/hrbodies/hrc/pages/membersbygroup.aspx

¿Quién iba a pensar que acabaríamos viendo a los portavoces de China o Rusia recriminando a un país como Australia la situación de los derechos humanos en su territorio en materia de inmigración o etnias minoritarias?. No sé, cualquiera diría que en pleno centro de Sídney abundan los campamentos de reeducación de uigures, como de los que está plagada la región china de Sinkiang. O que en Australia se manda a prisión durante tres años y medio a la oposición del Primer Ministro Scott Morrison, tal y como ha hecho Putin con Alekséi Navalny. Por no entrar en detalle acerca de las innumerables tropelías en este sentido de la retahíla de estados anteriormente citados.

Pareciera que vivimos en una extraña y casi irónica simulación. En un mundo en el que aquellos que más ignoran y violan los principios y las bases sobre las que se asientan los propios derechos humanos son los autorizados para sentar cátedra al respecto y llamar la atención a los países occidentales que son, por ende, los civilizados y garantes de los derechos naturales de las personas a través de las múltiples garantías que sus regímenes son capaces de ofrecer. Un mundo «de locos» en el que lo racional ha pasado a formar parte de la cara oculta de la historia y solo triunfa, sobresale y parece aceptable lo inusual, lo impensable y lo incomprensible. El mundo en el que vivimos, en pro del cual numerosas fuerzas de todo tipo ejercen su influencia y capacidad de remodelación a todos los niveles. El mundo en que Vladimir Putin dará clase de Ética a las futuras generaciones. ¿El mundo en el que elegimos vivir? Nuestra maltrecha democracia parece decir que sí.


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