De repente, periodistas, tuiteros e individuos en los que se confunden de forma neurótica ambas condiciones, han redescubierto Borgen, por si no tuvimos suficiente con la lata que nos dieron hace cinco años con la ficción danesa.

Y la serie es buena, eso no se puede negar, pero me pregunto si es demasiado buena para los tiempos que corren porque, admitámoslo, a la serie se le notan arrugas de mal envejecimiento por el buenismo que sostenía algunas de sus tramas: bastaba una información sobre el mal uso que hacía de su tarjeta el primer ministro para dar un vuelco a las elecciones y un cotilleo de faldas podía hacer dimitir altos cargos.

Algunos dirán que eso es lo habitual en las civilizadas democracias del norte de Europa, pero oigan, en 2016 bastó la filtración de los «Papeles de Panamá» para hacer dimitir al ministro Soria y hoy parece insuficiente que el principal partido del Gobierno esté condenado por el mayor caso de corrupción del país, que Podemos esté imputado por financiación irregular o que se sumen 45.000 fallecidos por una gestión deficiente para escuchar una sola disculpa.

Aquellos tiempos que Borgen retrató hace menos de diez años ya no existen, y alguien debería encargarse de avisárselo a Birgitte Nyborg si tiene intención de volver en 2021, como parece, y revalidar su éxito.

Que alguien avise a la danesa de que hace diez años, Estados Unidos los gobernaba un negro molón que fue sustituido por un televisivo multimillonario misógino que, a pesar de sus elegantes ataques verbales a China y Corea del Norte, no ha desencadenado una Tercera Guerra Mundial como muchos vaticinaban. Es más, después de todo podría convertirse en el presidente estadounidense más pacífico del último siglo por no invadir ningún país durante su primer mandato. Ver para creer.

También deberían decirle a Birgitte que los conflictos que solventó con la ficticia Turgisia en la serie, hoy podrían ser reales gracias al afán expansionista de Erdogan; que una pandemia mundial ha encerrado en su casa a todo el planeta, y que el programa más aplaudido del inicio de la temporada televisiva ha sido una entrevista de Bertín Osborne a Lydia Lozano. Porque no hay que olvidar lo importante: desde que acabó Borgen, Lydia se ha convertido en el personaje predilecto de Telecinco.

Con Isabel Pantoja sumida en un extraño proceso a lo Benjamin Button, Cifuentes con un pie en Sálvame y otro en la calle, y la guerra partidista que ha desgastado a las dos viejas estrellas de la cadena, Jorge Javier y Belén Esteban, el trono Mediaset quedaba vacante, y Lydia Lozano ha sabido aprovechar su momento. Ahora que todo está tintado de política, ella es la única que sigue inmaculada de partidismos (Pantoja tuvo suficiente en Marbella), y más allá del espectáculo, es esa neutralidad lo único que busca consumir el abotargado espectador. Lydia, como Naty Abascal, «quiere a todo el mundo» vote a quien vote, y todo el mundo la quiere a ella.

No ocurre igual con Albert Rivera: a él ya no lo quiere nadie, por mucho que en 2015 se comparase con Birgitte a toda costa por aquello de la Tercera Vía liberal (también lo hizo Rosa Díez, lástima). Hoy Rivera está fuera de juego. Los idealistas al estilo Borgen o El ala oeste de la Casa Blanca ya no están de moda.

Ahora gustan House of cards o Baron Noir, más oscuras y retorcidas como dictan los tiempos, y quizás Borgen deba fijarse en ellas para gustar en 2021, por lo menos si quiere que la recomienden los mejores críticos de series: el vicepresidente Iglesias y la ministra Montero. Puede incluso que a Birgitte le guste saber de la existencia de estos dos. En la serie, ella obliga a su marido a rechazar dirigir una empresa mientras sea primera ministra para evitar rumores de tráfico de influencias. Hoy directamente podría pedir un ministerio para colocar a su pareja y nadie se escandalizaría por el nepotismo. Al menos en España.

Esperemos que alguien avise a Birgitte de todos estos cambios para que la continuación de su serie tenga éxito, pero sobre todo, que le digan que ahora los Obama están en Netflix. No queremos que una frase en el guión fuera del discurso oficialista les cueste la cancelación. Y vale que HBO lo haga con Lo que el viento se llevó, pero me niego a que nadie cancele la única serie que hizo creer a Rosa Díez que podría ser Presidenta del Gobierno


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