Recuerdo desde la nostalgia de manera inequívoca, esas felices tardes de niñez en casa de mi querido abuelo ya difunto, donde me pasaba las horas embobado y admirando aquel honorífico e ilustre pasado militar del que hacia gala.

Siento sin duda alguna, que dichas tardes decoradas y animadas melódicamente por aquel sin fin de canciones y marchas militares, son las que sin querer, dieron forma al carácter patriótico de ese pequeño niño que nunca jamas pensó, que años más tarde, la sociedad que le vio nacer, le iba a pedir arrepentirse y renunciar a todos aquellos símbolos que tan feliz le hicieron y sobre todo, por los que su abuelo dio su vida.

Nos encontramos en ese confuso momento histórico, donde gracias a esa siembra de odio pasado, y cultivado con gran ahínco durante los últimos años, han florecido toda una serie de dogmas, actitudes, creencias y actitudes, que rozan ese autoritarismo, del que muchos de ellos mismos hacen gala de intentar combatir.

Llevan años con el objetivo estratégico de hacer creer a la sociedad, de que toda aquella creencia o pensamiento que se aleje y desmarque de su verdad absoluta, es un gran problema a atajar, ya que pone en riesgo los cimientos de su negocio político actual. 

Y si, digo negocio, ya que gran parte de la política de hoy en día, ha dejado de lado su labor fundamental de velar por su pueblo, a favor de vigilar el cumplimiento de unas agendas políticas. Agendas estas, repletas de ideologías progresistas, que lo único que buscan es avivar un fuego pasado, crear discordia y sacar a relucir unas luchas sociales inexistentes, para que de esta manera puedan perpetuarse en el poder, con la excusa se ser aquellos profetas encargados de la salvación de ese pueblo mártir y esclavo de inherente creación.

Pero muchos ya nos hemos cansado, nos hemos agotado de callar antes las injusticias, de ceder antes ante las presiones y amenazas, y sobre todo, nos hemos resignado a seguir escondiendo ese sentimiento de amor y respeto por el país que nos vio nacer, y por todas aquellas tradiciones y costumbres que heredamos con gran respeto y responsabilidad de nuestros antepasados.

Tenemos muchas razones por las que luchar, nos vemos en la obligación de defender el legado recibido, y por agrandar ese que tarde o temprano nos tocara ceder.

Estoy seguro de que ese pequeño niño que creció escuchando “El novio de la muerte”, “Pasodoble de la bandera” etc…. volverá a escucharlas para de esta manera, poder rendir homenaje a su abuelo, con la conciencia tranquila de haber cuidado y defendido, el legado en riesgo que este sin saberlo le dejo.


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