Hace cuarenta y cinco años, nuestros padres y abuelos inauguraron una nueva etapa en la historia de España. Sin precedente alguno, nuestros antepasados marcaron el rumbo de un país cuyo destino era incierto.

Casi medio siglo después, España es uno de los países más democráticos del mundo, con una economía asentada en una de las monedas más importantes de la economía mundial, el Euro.

Todos estos logros no han sido sino fruto del trabajo y tesón de una generación destinada a cambiar el rumbo de una nación. Pero aún queda mucho por hacer. Los principios básicos sobre los que se asientan los cimientos de nuestra democracia han sufrido varias amenazas, como los Golpes de Estado del 23F y del 1O, y pese a ello han sabido aguantar garantizando la vigencia de nuestro orden constitucional.

Sin embargo ha llegado la hora de plantear una reforma constitucional que reafirme los valores que todos los españoles nos dimos en 1978. Dichas reformas no deben suponer la creación de una nueva carta magna, sino la introducción de reformas respaldadas por un amplio consenso político. Como ya reivindicó Arrimadas (Cs) hace unos meses, debemos volver a los Pactos de la Moncloa, alcanzando un acuerdo importante para el país entre los partidos políticos de Estado.


Los momentos en los cuales el avance de España ha sido imparable se han producido cuando el espíritu de acuerdo reinaba en el ambiente político del país. Pocos son ya los partidos políticos que aún mantienen en vivo esa consigna de alcanzar acuerdos para llevar a cabo las reformas que España necesita.

Entiendo y comprendo el temor de muchos de abrir la carta magna aun habiendo formaciones políticas que abogan por romperla. Por ello, no debemos iniciar al proceso de reforma constitucional hasta que exista un consenso previo entre todos. El centro político fue el impulsor de la Constitución de 1978, y es que Suárez fue capaz de sentar en la misma mesa a Fraga y a Carrillo.

Una vez más, y ya en pleno siglo XXI, vemos como es el centro político el que vuelve impulsar reformas estructurales para el interés general del pueblo español.


La bronca política constante no ha hecho más que dificultar el camino de la reforma política española. En las calles, los ciudadanos están agotados del “y tú más” y de los extremos políticos. Aunque si es cierto que cada vez son más los enfurecidos que atacan por ideología política. Y he de argumentar que esta tensión es culpa de los extremos y de los populismos de ambos bandos, quienes persisten en su afán de dividirnos al pueblo español para sacar rédito político.

Por este motivo me reafirmo más en la convicción de tener una fuerza de centro fuerte en las instituciones democráticas capaz de impulsar las reformas políticas que los partidos del bipartidismo jamás harán por su cobardía electoral.


Ha llegado la hora de que los ciudadanos volvamos a tomar partido en el rumbo político del país. Debemos plantear el nuevo horizonte democrático y de derecho que queremos para las futuras generaciones.

Personalmente, abogo por un horizonte de prosperidad, alejado de los extremistas y populistas que quieres dividirnos. Debemos apostar por la moderación, la sensatez, y el reformismo. El conformismo se ha quedado obsoleto en un mundo en constante cambio. Levantémonos del sofá, dejemos de quejarnos, y tomemos partido en la construcción del nuevo futuro que se nos avecina.

Como dijo el expresidente de Ciudadanos, Albert Rivera, “España será lo que queramos los españoles”.


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