Seamos honestos: un exilio da caché a una biografía. Todas las grandes personalidades de la Historia han sufrido alguno que marcó sus vidas: Aníbal, Cicerón, Cleopatra, Cernuda, Campoamor, Napoleón, Puigdemont.

Este último fue capaz de alargar su triste carrera en la irrelevancia publicando unas memorias en las que se convence de que no, que lo suyo no fue una fuga cobarde de la Justicia, que fue un exilio honorable.

Molt honorable. A pesar de iniciarlo hecho un guiñapo en el maletero del coche.

De Juan Carlos I también sabemos que lo suyo no es un exilio, más bien un último y necesario ejercicio de desvinculación de la Corona; pero nos gusta escribir esa palabra, exilio, por la romántica idea que guarda el acabar repudiado por la tierra a la que se dedica toda una vida.

PAÍS DE TRADICIONES

Pero España, que sigue siendo país de costumbres, apoya a Juan Carlos en su decisión de retomar la tradición familiar de exiliarse. ¿Qué Borbón de los últimos doscientos años no salió de España? Solo Alfonso XII, y porque una muy monárquica tuberculosis quiso que permaneciese para siempre en tierra patria.

            Y Su Majestad, que es campechano pero de alta cuna, sabe bien que toda tradición o protocolo necesita de pequeñas reinvenciones para ser glamouroso, que no elegante. Por eso, en lugar de elegir un sobrio destino europeo como Italia o Liechtenstein, opta por la horterada caribeña de República Dominicana, porque uno es Rey pero disfrutón.

            Su elección hace patente que no ha consultado cuál sería el destino adecuado con otras dos expertas en exilios dentro de su propia familia.

A Doña Sofía, que vivió su infancia en Sudáfrica y Egipto, dudo que le plantease tal disyuntiva para no revelar su paradero. A su hija Cristina tampoco: ella siempre prefirió Suiza. Las dos tuvieron sus exilios elegantes, alejados del artificio del glamour, y esto es lo que busca ahora Juan Carlos. Él ha tomado como modelo la excentricidad de Eduardo VIII y quiere volar a la pintoresca América, esta vez sin la compañía de una Wallis Simpson, porque las alegres divorciadas ya han hecho mucho daño a Su Majestad.

Me pregunto si el Rey se habrá planteado en algún momento la otra gran tradición española en destierros desde los 70´s: el exilio interior, muy típico desde que ETA lo convirtió en moda.

Según la cosmovisión de batasunos varios, sería un cierre prestigioso para su biografía acabar retirado en algún enclave nacional pero fuera de su casa y de Madrid, pues afirmaban sin pudor que con sus amenazas de muerte y secuestros casi hacían un favor a los vascos que huían de Euskadi: así podrían utilizar esas vivencias como escalera política para medrar en los partidos españolistas.

Sin duda el exilio interior habría sido una buena opción. Menos lujosa, pero más propia de la realeza: qué fue sino un destierro nacional el encierro en Tordesillas de Juana la Loca, la retirada a Yuste de Carlos V o la jubilación en Logroño de Espartero, doblemente exiliado (la primera vez en Inglaterra) a quien se propuso la Corona para después rehusarla. Su suerte la hubiese querido Don Juan, otro doblemente exiliado, la última vez también en España a la sombra de su hijo, que hoy repite narrativa.

Dentro de la península sonaba Cascáis como destino del Rey (¿quién en su sano juicio elige Cascáis teniendo tan cerca Sintra o Estoril, la ciudad de su infancia?), pero yo le habría animado a mirar hacia Toledo, Valladolid o, mejor: Trujillo, tierra de conquistadores (que le viene al pelo), en el incomunicado desierto extremeño. Porque no hay exilio mejor que el garantizado por la España vacía.

Pero temo que ya no hay nada que hacer: el Caribe tiene una insoportable dosis de glamour petardo que Don Juan Carlos no puede resistir. Le ocurrió lo mismo con las mujeres.

Si la cosa se pone mala, igual en unos años decido imitarle y partir también yo al exilio. A muchos nos espera seguir su senda. No contaremos, eso seguro, con la inestimable ayuda de las comisiones saudíes.

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