Entendiendo a la CUP

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Este verano, el foco de las cámaras se ha trasladado a Barcelona. Neymar y la huelga del Prat han escoltado a la formación política que ha eclipsado la actualidad: la CUP. La Candidatura d´Unitat Popular, en catalán. Algunos creen que este partido es joven, de escaso recorrido. Eso es falso, siempre y cuando no lo comparemos con los eternos PSOE y su vecina ERC. Esta agrupación está navegando en las aguas de la política desde 1987, tras casi una década en la que muchos consistorios de Cataluña fueron salpicados por estas siglas. Salt, Manresa o Arbucias fueron algunos de los municipios a los que escalaron los cuperos. Luego de la crisis de 1995, en la que muchas CUP se integraron en ICV, las izquierdas independentistas, a excepción de ERC, rubricaron el Porcés de Vinaròs. La CUP que nació de aquella experiencia reanudó su conquista de hacerse con un hueco en los consistorios. En 2003 consiguieron excelentes resultados, en importantes localidades como Sallent de Llobregat, Palamós y Sabadell. Cabe destacar que, en este caso, en la mayor parte de los escenarios electorales se presentó coaligado con otras fuerzas. Llegó 2007, en la que los votos en solitario superaron a los coaligados, y su influencia se extendió, ganando concejales en municipios como Berga, Mataró o Vich. En esta ocasión, la CUP salió de las fronteras catalanas, para sembrar su mensaje en la Comunidad Valenciana: en Barcheta. 2011 parecía ser el año en el que la formación amarilla tocaba techo: había multiplicado por quince sus apoyos, llevando tres concejales a Gerona y logrando cuatro alcaldes.

El año 2012 fue el momento en el que la fama de la CUP se extendió por el resto de España. Artur Mas convocaba anticipadamente elecciones al Parlament; y la CUP decidió presentarse. Contó con el apoyo de varias formaciones de extrema izquierda: En Lucha, Corriente Roja, Revolta Global y Lucha Internacionalista, así como el de varias personalidades, entre las que cabe destacar el futbolista Oleguer Presas, el actor Sergi López, el cantante Vendrell y el líder abertzale Otegui. Desafiando a todo pronóstico, la CUP, encabezada por David Fernández —¿charnego?, ¿etarra?, ¿fascista?, ¿leninista?— se alzó con tres diputados en el Parlament. En las siguientes elecciones municipales, en 2015, sumó más del doble de candidaturas, con éxito. En septiembre, Mas convocaba unas nuevas elecciones anticipadas. Esta vez, la coalición, liderada por Baños, volvió a desafiar a las encuestas, y se sentó en el Parque de la Ciudadela con otros nueve compañeros. El gobierno de la lista vencedora pendía de la decisión de la CUP, y movilizó a sus militantes para votar en asambleas el futuro de su organización y de Cataluña. El desenlace es conocido: Mas desterrado, Baños dimitido, Anna Gabriel como cabeza visible de la formación y Puigdemont president.

Esta formación política bate una fuerte concepción independentista. Esta vocación, según ellos, está alejada del nacionalismo de Pujol, y mantienen que su lucha es internacionalista. Según Baños, ellos están más cerca de un jornalero de Andalucía que de un empresario catalán. La CUP insta a que los Països Catalans tengan la capacidad de decidir su futuro, dentro de España o fuera. Próximamente, hablaré de qué son los Països Catalans; pero he de anunciar que se extienden por las actuales Cataluña, el Rosellón francés —Cataluña del Norte—, la Franja Aragonesa, Comunidad Valenciana y Baleares. Por ello, extendieron sus acciones turismóficas a Palma de Mallorca.

Asimismo, los cuperos llevan a gala su anticapitalismo. En una entrevista a Anna Gabriel, se reconoció heredera de los conceptos libertarios. Esta militancia anticapitalista les lleva a enunciar que la alianza con CiU, antes 3%, luego CDC, ahora PDeCAT, mañana ¿quién sabe? es meramente instrumental, para llevar a cabo el añorado Derecho de Autodeterminación. Como bien decía Gabriel, ellos —Mas, Pujol y demás— han hecho el cambio, han venido a nosotros; no nosotros, que siempre hemos estado aquí. Si otras fuerzas apoyaran esto, estaríamos juntas. No obstante, según se desprende de su ideario, una república catalana que no haya roto con los moldes liberales, con Mas, Pujol y los empresarios que explotan a las kellys¸ es un fracaso. La victoria radica en unos Països Catalans libres y socialistas —lliures i socialistes— que rompan con el régimen del ´78 —posfranquismo, a su forma de entender—. Aunque Gabriel, recientemente, admitía que sería difícil romper con este modelo. Esta posición es clara y no se esconden. Su mejor ejemplo de que es posible es su organización asamblearia, plenamente democrática. Asimismo, desdeñan los poderíos económicos, castrenses y religiosos; o que se lo pregunten a Rouco, coprotagonista del nuevo cartel cupero. La franca lealtad con las ideas antisistemas se traducen en su pretensión de que la futura Cataluña independiente esté fuera de la Unión Europea y la ONU.

Su compromiso por erradicar las diferencias sociales se manifiesta en las formas de visualizar la política. Para los políticos de la CUP, su presencia en un cargo público es un servicio, y no osan cobrar más de 1.500 euros y no pueden repetir más cargos.

Otra de las señas de identidad de la CUP es el feminismo militante. Anna Gabriel, sin embargo, admitía que los militantes superan en número a las militantes, explotándolas en concepto de militancia¸ debido a la paridad que pretenden enarbolar. Además, el feminismo se manifiesta en el empleo del “femenino genérico”. Esta forma de lenguaje pretende sustituir el “masculino genérico” por el femenino. Es decir, ante un grupo de un niño y una niña, en contra de lo que pontifica la RAE, los cuperos hablarían de niñas. Este radicalismo —no feminazismo— les ha llevado a sacar a colación temas sobre los que nadie habla y que parecen tabúes, como la sustitución de familias por una nueva institución colectiva o las compresas por esponjas marinas.

La estructura de la CUP es un conglomerado de formaciones muy cercanas al independentismo de izquierdas —leninismo amable, que decía aquel—, entre las que destacan Arrán —A raíz—, que actúa como brazo juvenil, Endavant —Adelante— y Poble Lliure. Al igual que el valenciano Compromís, un número importante de sus integrantes no milita en ninguna de estas fuerzas, sino que deambula como independiente en esta borrasca de siglas. Es de sobra conocida la conexión entre la izquierda abertzale —Bildu; no ETA— y estas fuerzas, y el apoyo de Ernai a Arrán. Esta fuerza es la que ha vuelto a situar a la CUP en el centro del tablero, con pintadas a los buses y amenazas en Barcelona y Palma y rebosando coches de alquiler con pegatinas en Palma. Antes, ya pintaron y violentaron las sedes del PSC, PP y CDC. Y esta semana pasada, la CUP exhibió su cartel para pedir el voto afirmativo el 1-O, haciendo un guiño a Lenin, en el que aparece una kelly barriendo de los Països Catalans a aquél disidente de sus ideas: el rey, su hermana Cistina, los políticos Rajoy, Aznar, Fabra, Bauzá, Pujol y Mas, el torero Juan José Padilla, el prelado Rouco Valera, el empresario Florentino Pérez y la banquera Ana Patricia Botín. Y nada más y nada menos es el partido de moda: la CUP.

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