Debate a cuatro: mucho ruido y pocas nueces

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El debate a cuatro del 13 de junio, pese a que había sido publicitado como el definitivo, distó mucho de la profundidad (y entretenimiento) que brindaron los ‘cara a cara’ entre González y Aznar o Zapatero y Rajoy.

Mucho tuvo que ver el escaso entusiasmo del Presidente, por lo general reacio a someterse a los designios de los medios, así como lo poco que arriesgó Pablo Iglesias, convencido del sorpasso a los socialistas y que, si se pretende trasladar moderación, se debe ser más conservador en las formas.

Es decir, que los protagonistas de la polarización optaron por minimizar riesgos, si bien esto no impidió alzarse como vencedor indiscutible de la noche a Iglesias, líder de una formación que concibe la comunicación política como un elemento estratégico, y no accesorio.

Rajoy aguantó el tipo cuando sus adversarios le echaron en cara las corruptelas que habían afectado a su partido, y hasta tuvo algún momento (fugaz) de brillantez sacando a relucir su socarronería, ya fuera fingiendo no saber de quién era adversario o diciendo que al gobierno no se va a hacer prácticas, sino que se va ya aprendido (gestión frente a ruido).

Sin embargo, esas tarjetas a la altura de los ojos, ese atril lleno de pósits o permanecer más de la mitad de la contienda con la cabeza gacha ante los ataques refuerzan la tesis que los candidatos populares suelen perderse en un mar de datos mientras sus adversarios emplean la seducción (véase Cañete contra Valenciano en el cara a cara de las europeas de 2014).

Rajoy se olvidó, en definitiva, de disfrutar de defender la Presidencia (quién sabe si, en un debate de estas características, por última vez).

Por el contrario, parece que en Ciudadanos están haciendo los deberes, y es que, tras el triunfo indiscutible de Arrimadas en el debate femenino de Antena 3, Rivera demostró no sólo haber mejorado, sino también ser consciente que se puede ser equilibrado y a la par ofrecer al público una ración de espectáculo.

Y lo hizo con agrias críticas a la corrupción del PP (aunque mostrando en todo momento respeto personal hacia Rajoy, cosa que no hizo Sánchez en la campaña de diciembre y le ha estado persiguiendo durante meses).

En cuanto a Podemos, desprovisto de su nerviosismo habitual, Rivera aparcó Venezuela, y aunque Grecia sí estuvo presente, prefirió centrarse en desmontar su programa económico (algo que ya le funcionó en el debate del “Tío Cuco”), alertando que su aplicación conllevaría una subida masiva de los impuestos.

Sánchez, compañero de trinchera en los últimos meses, no fue tan eficaz.

El candidato socialista trajo algunas propuestas, pero también poca emoción, no logrando abrirse un hueco como Rivera.

El relato de la pinza no terminó de funcionar (como vienen demostrando los sondeos) y quedó patente su indefinición respecto a la política de pactos de su partido, mientras que las preferencias de PP, Podemos y Ciudadanos están considerablemente claras.

Además, en su enfrentamiento más tenso con Iglesias, sacó a relucir la beca de Errejón (causa archivada hace una semana) en contraposición al caso de los ERE en Andalucía, confirmando la percepción que era mejor dejarle los ataques a Rivera, un árbitro que sí se manejaba con más gracia.

Sí acertó en su discurso final, dirigiéndose a los targets clave del partido para mantener el suelo del 20-D y recuperar parte del electorado socialista, pero no cabía duda que la oportunidad que suponía el debate a cuatro ya la había perdido.

En definitiva, hemos asistido a un debate tedioso con representantes tan fatigados como los representados.

¿Les quedarán fuerzas para formar gobierno?

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