¿Y si la solución fuera no crecer?

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[dropcap]E[/dropcap]n el próximo mes de septiembre se cumplirán 8 años de la caída del gigante financiero Lehman Brothers, suceso que es considerado como el inicio de uno de los mayores colapsos económicos que hemos padecido. Desde el principio, y como es lógico, gobierno e instituciones de todo el mundo han tratado de dar con la tecla que permita escapar de esta situación. Desde medidas de corte neokeynesiano, como el aumento del gasto público que reactiven la economía, hasta algunos mantras del liberalismo ya sean el control de los niveles de deuda pública o las apuestas por seguir avanzando en el libre comercio.

En resumidas cuentas, políticas que buscan a toda costa aumentar el crecimiento económico porque, como todos/as sabemos, éste es sinónimo de bienestar para los habitantes de un país… ¿o no?

Se nos repite machaconamente que la única forma de superar nuestras dificultades actuales pasa por volver a la senda del incremento del consumo. Cualquier ligero aumento del PIB se vende como una victoria y no existe mejor indicador para vislumbrar una recuperación que, por ejemplo, el aumento del número de matriculaciones. No obstante, merece la pena reflexionar por un instante, ¿son el consumo a toda costa y un crecimiento constante las únicas maneras que tenemos de prosperar?

El matemático y economista Georgescu-Roegen fue uno de los primeros autores en plantearse este tipo de cuestiones en su escrito “The Entropy law and the Economic Process” y que viene a constituir las bases de lo que hoy en día conocemos como decrecimiento. El mismo es una corriente de pensamiento económico, social y político que apuesta por la reducción de la producción del consumo al mismo tiempo que pone en valor el respeto por el medio ambiente y un estilo de vida distinto.

Señalábamos antes que en el imaginario popular se ha ido asentando la idea de crecimiento económico como sinónimo de bienestar. Sin embargo, en multitud de ocasiones los aumentos del PIB no son directamente proporcionales con un incremento de la felicidad del conjunto de la población de un país o si quiera una mejora en la percepción de su situación. Merece la pena recordar algunos indicadores como las tasas de suicidios en los países más desarrollados,  listas de países donde la renta per cápita ha aumentado notablemente pero no tanto la felicidad de sus ciudadanos/as (aquí os dejo un estudio sobre la relación entre felicidad y riqueza) e índices económicos alternativos que dejan en posiciones delicadas a Estados que supuestamente deberían encontrarse entre los primeros puestos.

Precisamente, las razones de ser de estos nuevos índices (aquí a partir del epígrafe 2.2 puedes ver algunos ejemplos) pueden encontrarse en que el PIB resulta engañoso o al menos limitado. “Las magnitudes macroeconómicas – explica Carlos Taibo en su libro “En defensa del decrecimiento” – rara vez se interesan por actividades que acrecientan el bienestar, aunque no impliquen producción y gasto”. Hemos llegado al extremo de tomar en consideración que la prostitución o el tráfico de drogas pasen a computadas a efecto del PIB. ¿De verdad un crecimiento basado en estas actividades podría implicar una mejora como sociedad?

De cualquiera de las maneras, si algo tienen en común los partidarios del decrecimiento como los del consumo es afirmar que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades. Con todo, en el caso de los primeros hacen alusión al concepto de huella ecológica. A cada habitante de nuestro planeta le corresponde una media de 1.8 hectáreas bioproductivas. La realidad es que esta cifra asciende a 2.2 ha con desajustes tan grandes como que un estadounidense precisa finalmente de 9.6, un británico 5.6 y un francés 5.3 mientras que en el otro extremo un indio cuenta con 0.8[1]. Estos datos no ponen más que de manifiesto, que efectivamente somos unos pocos los que vivimos por encima de las posibilidades de nuestro entorno y que nuestro modelo no hace más que agrandar la brecha entre unos países y otros.

Alguno detractores del movimiento “decrecentista” lo acusan de adolecer de carácter democrático y de reprimir el desarrollo y la libertad de cada individuo. A este respecto, merece la pena recordar que movimientos totalitarios como la Alemania nazi o el régimen de Pinochet experimentaron grandes crecimientos económicos sin que obviamente podamos afirmar que nos encontramos ante modelos de sociedad ejemplares en aspectos como democracia, igualdad o calidad de vida.

Que el decrecimiento se imponga como modelo a seguir parece complicado, aunque por otra parte y atendiendo a razones ecológicas, sociales y de igualdad, parezca ser una de las alternativas más viables. Es probable que las palabras de Henry David Thoureau “un hombre es tanto más rico cuanto mayor es el número de cosas de las cuales puede prescindir” cobren más sentido que nunca en un futuro.

 

[1] J. Sempere, Vivir (bien) con menos (Icaria, Barcelona, 2007), pág. 75

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