Antes de iniciar la campaña electoral, Pedro Sánchez sacó a relucir el mantra del “voto útil”, pretendiendo evitar que sus habituales votantes acaben apoyando al candidato de un nuevo centro (centroderecha o centroizquierda, según a quien preguntes) o al de una izquierda más radical y emergente. Prosiguió su andadura metiéndose en un debate a tres en el que, a priori, él no iba a ser el más damnificado, pero del que en realidad salió vapuleado por Rivera e Iglesias, esos que, según los sondeos le pueden quitar parte de su electorado, y que vieron en él al representante del bipartidismo y de lo que ahora se denomina “vieja política”. Y pasamos al siguiente asalto, el debate a cuatro en la casi inaugurada campaña electoral, ese debate al que se denominó “decisivo” y del que tampoco salió muy bien parado. Y no es que lo diga yo, que también opino así, sino que ese fue el parecer de un nutrido número de analistas políticos y contertulios que no vieron muy acertado al candidato socialista en dicho debate. La opinión generalizada es que fue el peor de los cuatro y que ello le podía costar un buen número de votos.

Y por este camino, un tanto tortuoso, Pedro Sánchez ha ido transitando, teniendo que soportar como desde Podemos hablaban de remontada, cuando el propio Sánchez se refería, días antes de comenzar la campaña electoral, al aparente desplome del partido de Pablo Iglesias, según algunas encuestas.

Lo cierto es que, después del debate a cuatro del pasado 7 de diciembre, Pedro Sánchez ha venido padeciendo un desgaste considerable, hasta el punto de que en tertulias radiofónicas, televisivas y prensa escrita se ha cuestionado bastante, por no decir mucho, si Sánchez está a la altura de lo que se requiere para ser un auténtico líder. Incluso ha habido encuestas que le han dado un cuarto lugar, por debajo de Ciudadanos y Podemos.

Y ante esa situación, los estrategas del PSOE sólo contaban con una baza para recuperarse de los diferentes embates dialécticos sufridos por Sánchez: el debate cara a cara entre el candidato socialista y el candidato del Partido Popular, Mariano Rajoy. La última baza de entidad para poder recuperar un electorado que parece trasladarse, como si de un éxodo se tratase, hacia Ciudadanos y, en mayor volumen, a Podemos

Y llegó el debate entre los candidatos de los dos partidos con mayor representación parlamentaria en la legislatura que termina. Muchas eran las especulaciones que se hacían sobre como Sánchez plantearía el cara a cara, sobre todo por cómo le va al PSOE en las encuestas. Desde el minuto uno y en cuanto tomó la palabra el candidato socialista comenzó con las arremetidas a Rajoy, utilizando un discurso bronco, sin respetar los tiempos e interrumpiendo al contrincante cada vez que podía, que era casi siempre. Esa era la estrategia en cuanto a la forma… y en cuanto al fondo. Pero sobre ello ya se ha escrito mucho y se ha hablado mucho en todos los medios. Incluso hay quien apunta en tertulias mañaneras, vespertinas y nocturnas que algunas voces socialistas no vieron adecuado el tono ni alguna de las manifestaciones de su candidato.

¿Le salió a Sánchez bien la jugada? Parece que no. El candidato socialista dio una imagen alejada de la moderación empleada por los otros candidatos, que no parece que le vaya a reportar los frutos pretendidos. El 20D está a la vuelta de la esquina y las urnas hablarán, pero creo que Sánchez no ha empleado la mejor de las estrategias en esta campaña. Veremos…