Durante los días posteriores al rechazo de Mariano Rajoy a someterse a la sesión de investidura de 2016, el hoy Presidente Pedro Sánchez dijo haber forjado con el Rey Felipe VI «una relación cercana que superó lo institucional». Me divierte pensar que la vedette Bárbara Rey pudo haber dicho lo mismo treinta años antes sobre el otro monarca, Juan Carlos I.

«Una relación cercana que superó lo institucional».

Lo superó de tal modo que en los 90´s, tras el sospechoso robo de unos vídeos en casa de la actriz que comprometían a hombres poderosos, ella declaró a los medios: «No sabéis, de verdad, y se lo digo a todos los españoles, en manos de quién estamos».

Y me pregunto, ya que hoy la relación entre Felipe y Sánchez no parece tan estrecha como alardeaba, si Sánchez diría lo mismo del Rey: «No sabéis, de verdad, y se lo digo a todos los españoles, en manos de quién estamos». ¿O lo diría el Rey de Sánchez?

El destape, derrocamientos y un circo

Bárbara, el mito erótico de Totana, nació insultantemente guapa, igual que Pedro, y utilizó esa belleza para medrar en el mundo del espectáculo, igual que Pedro.

Bautizada Maja de Murcia, Bárbara se valió de su melena dorada y su voz almibarada para colarse en el Palmarés de TVE y convertirse en la musa del destape por excelencia. Pedro, siguiendo su estela, se valió de su perfectamente cincelada «pétrea cara» (copyright de Cayetana Álvarez de Toledo) y se ganó a pulso el título de «Pedro el Guapo» (copyright de Esperanza Aguirre).

Su Palmarés fueron las primarias socialistas en las que anuló la amenaza susanista, y tras basar su ascenso al poder en la normalización de la mentira constante, como el título de Musa del destape lo ostentaba Rivera, Sánchez se decidió a gobernar destapado: asegurar hoy lo que se negará mañana, decir hoy lo que se desdecirá mañana. Sin pudor.

Así, sin pudor, apareció Bárbara en La escopeta nacional de Berlanga como aspirante a actriz masoquista, aunque quienes acabaron pareciendo salidos del imaginario del director fueron los leales al presidente que han patrimonializado el socialismo.

Mantenerles en sus asientos sin que pasen un solo día sin soltar sonrojantes desmanes haría parecer a Pedro un masoquista disfrutón, pero eso solo ocurriría si la izquierda de hoy no se identificase orgullosa en las soflamas enajenadas de Lastra, los desbarros tabernarios de Ábalos y las indignidades mamporreras de Marlaska.

Con estos mimbres es fácil decir que, igual que Bárbara tuvo un cameo estelar en La casa de los líos, Sánchez ya tiene la suya y con papel protagonista en Moncloa, porque su ego no le permite menos. Aunque viendo las previsiones económicas que el BCE hace para España, igual es pronto para afirmar que el Gobierno es un lío y en un año lo de hoy se nos antoja deseable.

Pero como este mal Plutarco que escribe gusta de otros temas más propios del amarillismo, entro en lo personal: Bárbara Rey se casó con Ángel Cristo, propietario de un circo, y pasó de la revista a las acrobacias televisadas. Por su parte, Sánchez también contrajo matrimonio civil con otro señor poco parecido que ya dirigía su propio circo, aunque para ello tuvo que agotar las existencias de melatonina en farmacias para asegurarse el sueño gobernando juntos.

Este señor con circo de carpa morada arrastró tras él a bestias varias y otros rufianes: golpistas estelados y herederos políticos de ETA con los que a Sánchez no le gusta compartir cámara, pero con quienes no se le excusa aparecer en informativos por los malabares que hacen juntos.

Y como todos los matrimonios mal avenidos tienen problemas de alcoba, igual que se rumoreó que la vedette pretendía chantajear y derrocar a su viejo amante el Rey utilizando las cintas de vídeo que una noche fueron robadas, Sánchez tiene su propia trama de robo de vídeos eróticos implantada en la vicepresidencia segunda. Y aunque se intuye que su Gobierno practica movimientos para hacerle la cama al Rey, es Sánchez quien asegura que a quien quieren derrocar es a él.

Me pregunto aún cómo y quién piensa derrocarle, porque de Ciudadanos y el Partido Popular lo único que ha recibido estos meses es aire que le mantiene en el foco público. Los dos partidos son el José Luis Moreno que bañaba en contratos a la actriz antes de la entrada en escena de unos albanokosovares y la Justicia.

Y aunque Bárbara Rey y Pedro Sánchez tienen una sospechosa necesidad de atención constante, lo más turbio que comparten (salvando importantes distancias morales que no benefician al presidente) es que no verbalizan aquello de lo que se avergüenzan y que todo el mundo sabe.

A Bárbara, como mucho, Jorge Javier le puede arrancar en un polígrafo con cheque de por medio la confesión de su noche de pasión lésbica con Chelo García-Cortés. A Sánchez, en cambio, cuando su carrera haya acabado, nunca le escucharemos admitir lo que siempre ha negado: que él y Bildu «tuvieron una noche de amor».

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