El Gabinete francés acaba de sufrir un esperado cambio después de afrontar el ecuador de la legislatura presidencial y la grave crisis sanitaria que asoló y asola a todo el Globo. Y Macron, en una jugada de acabar con la Reina y cualquier caballo que le rodease, se ha asegurado (hasta el momento) tener el jaque mate de esta partida llamada «carrera presidencial«, aunque con un precio demasiado alto.

Las elecciones municipales del pasado 28 de junio (segunda vuelta) pusieron de relieve varias cuestiones de suma importancia para el gobierno francés: La República en Marcha, partido del presidente Macron, ha sufrido una debacle que evidencia la pérdida de apoyo ciudadano en una abstención excesivamente elevada, rondando el 55%.

La izquierda ocupa gran parte del escenario local francés, siendo, a grandes rasgos, una clara victoria para socialistas (recuperando un apoyo perdido desde 2017), verdes y comunistas (logran alcaldías como las de Lyon, Burdeos, Estrasburgo y Poitiers), mientras que la derecha tradicional, a pesar de perder importantes bastiones municipales, se levanta levemente de su derrota electoral en la primera vuelta de las elecciones presidenciales de 2017 a costa de la pérdida de votos del ultraderechista Frente Nacional de Le Pen.

Estas elecciones a mitad de mandato (utilizando terminología estadounidense) no son más que un punto de inflexión en el que Macron debe reorientar su agenda y sus políticas si quiere optar realmente a la reelección en 2022; y de ahí nace, entre otras cuestiones, el nuevo cambio de Gabinete, tras la dimisión en bloque de los ministros y el Primer Ministro Philippe. El giro verde y social pintan a Francia con colores distintos a los de hace apenas tres años y Macron debe adaptarse para sobrevivir.

La cabeza política de Philippe peligraba desde el inicio de las protestas ciudadanas, cuando las calles parisinas y de otras tantas e importantes localidades francesas ardían y escuchaban los gritos de un movimiento social indignado. Su legado queda ya a la sombra de un cambio de gabinete que pretende relanzar con rostros carismáticos al presidente Macron para las próximas elecciones presidenciales.

Jean Castex, un centroderechista proveniente de los círculos de los conservadores de Sarkozy, hereda el liderazgo de un gabinete que tendrá que reestructurar sobre los dos nuevos hándicaps de la agenda de Macron: el ecologismo o agenda verde y la renovación social, los nuevos rostros. Castex, conocido entre las gentes francesas como Monsieur Deconfinement (“Señor Desconfinamiento”), fue el encargado de organizar la desescalada sanitaria producida tras la crisis pandémica reciente. Marcado por las crisis social, política y económica, Castex y Macron deben andar un camino ejecutivo y presidencial que vira desde los chalecos amarillos, que se manifestaban contra la subida del precio de los combustibles, el descenso de la capacidad de poder adquisitivo o la legislación fiscal, considerada injusta, y desembocaron en un fuerte movimiento social (que aun clamaba por la proclamación de la VI República), hasta la crisis sanitaria derivada de la COVID-19, que supone reconstruir el edificio sanitario y económico francés.

Los enfrentamientos a los que habrá de enfrentarse el gobierno galo se deducen de este nuevo paradigma, siendo su meta las elecciones presidenciales de 2022, que enfrentarán a Macron a su reelección o a la salida del Elíseo.

No es un movimiento político cualquiera el que acaba de producirse en la República Francesa, pues no todos los días se utiliza el comodín del Primer Ministro en los gobiernos franceses. Situándonos, el pueblo francés es el que elige de forma directa y en un sistema de doble vuelta a su presidente, al Jefe del Estado (se trata de una república), siendo un sistema semipresidencialista que permite al Presidente cesar al Primer Ministro si le conviene ante ciertas crisis, como ya ocurrió con otros Presidentes, como Mitterrand. Según los sondeos de Le Journal du Dimanche, la popularidad de Macron ha descendido más de 15 puntos desde su entrada al Elíseo, mostrando la peor impresión en diciembre de 2018, cuando apenas un 24% de los ciudadanos confiaban en él.

La media nacional del resto de sondeos siguen siendo similares a los de este medio. Sin embargo, el Primer Ministro Philippe supo (o, al menos, pudo) cosechar la semilla del carisma sobre Macron, siendo desde el estallido de la crisis de los chalecos amarillos cuando era más apreciado por los franceses, hasta el punto de sacar más de 10 puntos de ventaja al Presidente Macron, según el sondeo del mes de junio de 2020. Por tanto, siendo Philippe un comodín o cabeza de turco que potencialmente haría peligrar la posible reelección de Macron en 2022, no es descabellado pensar que, sumado a su derrota electoral en las pasadas municipales, era un posible rival a largo plazo.

Otro caso anterior que pudo haber hecho saltar las alarmas en los equipos de gabinete liberales (se llevaron el “gol” de este continuo partido llamado política, aunque aún no ha acabado) fue el de Christine Lagarde, la actual Presidenta del Banco Central Europeo. Habiendo sido ministra de distintas carteras en los gobiernos conservadores de Sarkozy, se afincó en el Fondo Monetario Internacional como su Presidenta. No obstante, lo que interesa de Lagarde en esta historia se remonta en torno al mes de mayo de 2019, tras las elecciones a la Eurocámara. Con un Parlamento dividido en diversos grupos, la única alternativa de gobierno europeo próspero era la unión de demócrata-cristianos y socialdemócratas, sólo posible con un tercer actor intermedio que uniera a ambos sectores: los liberales. ¿Quién es el líder de los liberales europeos? Macron. ¿Cuáles eran las condiciones para dar luz verde a la gobernabilidad europea? Entre ellas, que Lagarde, su compatriota, ocupara la Presidencia del BCE, pero no tanto por ser francesa, sino por ser, si no la principal, una de las rivales más fuertes y peligrosas que podría haber tenido Macron en las presidenciales de 2022. Apreciada por su pueblo, por sus élites y por Europa, ¿qué podría hacer Macron contra ella, cuando sus índices de popularidad se encuentran bajo mínimos? Esa batalla hubiera estado perdida con alta probabilidad, pero la astucia del presidente francés le llevó a evitar la guerra con una hipotética victoria a largo plazo. Lo que se batalla en París se gana en Bruselas.

Quizás no sea Macron el líder que necesita la Francia de hoy, pero sí lo seguirá siendo, como hemos insistido, hasta 2022, y su capital político depende de los movimientos que haga sobre este tablero. Tiene más enemigos que amigos, no cabe duda, y por este motivo debe ser cauto y precavido. La ilusión que un día generó no se muestra en las calles francesas, que se tiñen de rojo y verde a la par que deja de dilucidarse el amarillo de LREM. El futuro decidirá si Macron puede fijar su jaque mate o si, por el contrario, debe rendirse.

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