La pandemia a la que está haciendo frente no solo nuestro país sino el conjunto del mundo ha vuelto a servir para poner de manifiesto que los españoles no nos merecemos, salvo contadas excepciones, a nuestra clase política. Una clase política que ha vuelto a demostrar, una vez más, que su única preocupación son las urnas y no el interés general ni, lo que es peor en este caso, la salud de quienes acuden a las mismas, últimamente mucho más a menudo que cada cuatro años.
Ya sé que habrá quien me acuse de generalizar y quien esgrima, como decía al principio, que en la gestión de esta crisis, como en casi todo, ha habido excepciones a ese comportamiento meramente utilitarista de los líderes de los partidos, pero ese es el problema: que a lo largo de las últimas semanas alabemos comportamientos que deberían formar parte del devenir político habitual, especialmente cuando nos enfrentamos a una pandemia que ha dejado más de 25.000 muertos.
Ejemplo de este buen comportamiento han sido el alcalde de Madrid, José Luis Martínez Almeida, y la portavoz de Más Madrid, Rita Maestre, que han discrepado desde el respeto y con el interés general de los madrileños puesto por encima de cualquier otra consideración, o el de Inés Arrimadas este mismo miércoles, en el debate de la 4ª prórroga del Estado de Alarma en el que ha dejado sobre la mesa palabras como las que siguen “nosotros hemos intentado ser útiles y, pensando en el interés general de los españoles, hemos sido propositivos desde el principio porque nuestro objetivo es salvar vidas” para, posteriormente, añadir algo que debería resultar evidente “hemos tendido la mano pero eso no significa que no seamos críticos con la gestión que ha realizado el Gobierno”.
Sin embargo, frente a estas actitudes, han sido muchas más las que nos han vuelto a demostrar que ni en mitad de una crisis como la que vivimos los líderes de los partidos son capaces de dejar de lado la bronca, la ganancia de pescadores a río revuelto. Una actitud que se deja ver a diario mientras los ciudadanos permanecen confinados, en muchos casos inmersos en ERTES, enfrentándose a situaciones límite y sumidos en la incertidumbre.
De este modo, y comenzando por los que ostentan la responsabilidad de Gobierno, es incomprensible que no se haya tratado de buscar el acuerdo con las fuerzas políticas en cada una de las prórrogas del Estado de Alarma. Una crítica que ha llegado al Ejecutivo que dirige Pedro Sánchez no solo de las filas de sus opositores más acérrimos, sino también de aquellos que le han tendido la mano en el pasado, o incluso de quienes han vuelto a hacerlo hoy. Todos y cada uno de los grupos que han pasado este miércoles por el atril del Congreso de los Diputados durante el debate de la 4ª prórroga del Estado de Alarma han recriminado a Sánchez su forma de actuar, anunciando las medidas antes a la prensa que a los legítimos representantes de los ciudadanos, poniendo de manifiesto una actitud de desprecio hacia la institución que puede acabar pasándole factura mucho más allá de esta crisis sanitaria, rompiendo el frágil acuerdo con alguno de los grupos que le dio su apoyo para que pudiera formar Gobierno hace apenas tres meses, aunque parezca que hace una eternidad.
Pero a esta falta de diálogo, sin duda sancionable, se une una actitud igualmente dañina por parte del principal grupo de la oposición, el Partido Popular, que prefiere instalarse en la crítica sin propuestas, exigiendo una opción B al Estado de Alarma sin indicar por dónde podría transitar ese camino alternativo, prefiriendo escupir a la cara del Gobierno los errores a poner sobre la mesa soluciones. La impresión que queda es que, al final, solo esperan a que el caos termine de desatarse para erigirse en salvadores cuando, quizás, ya sea demasiado tarde.
Capítulo a parte merece la actitud de Vox, con un líder que no ha dudado a la hora de recurrir a Paracuellos, Lenin o los regímenes bolivarianos y amenazar con una moción de censura sin esgrimir una sola alternativa a la labor del Gobierno. Crispando el debate, enfrentando una vez más a españoles, como si la preocupación a día de hoy no fuera la de salvar vidas, sino la de derrocar al Gobierno.
Es evidente que la situación por la que atraviesa España desde hace 6 semanas no es fácil y que la gestión de la misma se ha visto salpicada por errores, sin embargo, ya habrá tiempo de analizar qué y quién ha fallado. Ahora, aunque parezca muy difícil, es el momento del diálogo, de hablar y escuchar, de tratar de entender los argumentos del que está enfrente, de aceptar sus propuestas cuando sean acertadas, el momento, en definitiva, de hacer política con mayúsculas. En las últimas décadas, nunca como ahora la clase política española ha tenido la oportunidad de demostrar que su prioridad son, por encima de todo, los ciudadanos. Una ocasión que, una vez más, han dejado pasar. Todo ellos mientras cientos de personas siguen muriendo como resultado de una pandemia que ha paralizado el mundo.