Hace unos días se produjo el anuncio definitivo de la disolución de la banda terrorista ‘Euskadi Ta Askatasuna’, conocida popularmente como ETA. Una noticia muy esperada para todos los que queremos vivir en paz y libertad; si bien es cierto que había cesado su actividad armada años atrás, en octubre de 2011.
Ahora bien, dentro de la alegría por la desaparición nominal de la banda terrorista, no debemos caer en júbilo excesivo, pues todavía quedan algunos puntos que no dejan del todo esa paz y libertad, y hasta alcanzar la desaparición real queda mucho por delante.
En primer lugar, ETA nunca ha pedido perdón por sus crímenes. El último comunicado no iba a ser diferente. Ni rastro de perdón y arrepentimiento. Ellos están orgullosos de sus crímenes y de haber sembrado pánico y terror en España durante las casi seis décadas de su actividad terrorista.
Por otro lado, quedan todavía muchos atentados por resolver y la disolución definitiva no debe ser una excusa para que el proceso judicial no siga su camino y los terroristas, si de verdad quieren normalizar la situación, deberían colaborar con la Justicia y pagar por sus crímenes. También hay multitud de etarras huidos durante estas décadas. Deben regresar y rendir cuentas ante la sociedad española en general, y la vasca en particular. Disolución no es blanqueamiento y olvido. Tampoco impunidad.
La huella de ETA seguirá mientras no pidan perdón, no colaboren con la Justicia para esclarecer toda su actividad terrorista y no vuelvan quienes han huido. Disolverse no es lanzar un comunicado y seguir como si nada hubiera pasado. Hay que cumplir con la Justicia, esclarecer todos los atentados y actos delictivos y pagar por los delitos cometidos. Hay que conseguir Memoria, Justicia y Verdad.
ETA desaparece, pero solo las siglas. Queda en el País Vasco el aroma de ‘ETA política’, bajo la denominación de los partidos abertzales y algún que otro despistado que reclama políticas penitenciarias laxas. La serpiente continúa su vida, sin bombas ni pistolas (motivo de satisfacción, sí) pero con otras armas casi tan destructoras: la retórica y el discurso de ETA continúan hacia adelante. Ya lo dice el comunicado de disolución: “ETA surgió de este pueblo y ahora se disuelve en él”. Ese es el peligro a partir de ahora. Esa disolución a través de estructuras políticas que mantenga un relato de blanqueo de la historia etarra, que siga haciendo daño a las generaciones futuras y que quiere lograr la imagen de una banda terrorista como héroes de ‘Euskal Herria’. ETA desaparece, pero queda la esencia política, que quiere una sociedad vasca y navarra bajo el yugo abertzale.
La democracia y libertad se defendían mientras ETA mataba. Ahora, sin matar, hemos de seguir defendiéndolas ante ideas políticas perversas, por parte de algunos que, basándose en las ideas sanguinarias de una banda terrorista, no quieren reconocer la verdad y continúan con la propaganda y manipulación histórica.
Como bien señalan desde el Colectivo de Víctimas del Terrorismo (Covite): “desactivar las siglas de ETA no significa desactivar su proyecto político. Una parte de los ciudadanos del País Vasco y de Navarra han asumido ese proyecto político y han justificado la trayectoria criminal de la banda terrorista. Y mientras una parte de la población continúe legitimando el terrorismo de ETA y homenajeando a los terroristas en la calle, será necesario deslegitimar a ETA”.
Hay que continuar, pues, con ese proceso. Seguir señalando la verdad ante los que quieren blanquear y homenajear su historia sanguinaria. Queda mucho para una sociedad sin ETA política, sin su relato y agenda de manipulación. Hasta entonces, no hay derrota de la banda terrorista. Nada que agradecer al último comunicado. ETA sigue viva, como ellos mismos reconocen, disuelta en la sociedad vasca. Desactiva sus siglas, pero en las instituciones siguen sus miembros políticos e ideólogos. Su proyecto, en realidad, sigue vivo.