Brexit: abandonar la escena

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Leader of the United Kingdom Independence Party Nigel Farage holds a placard as he launches his party's EU referendum tour bus in London, Britain May 20, 2016. REUTERS/Neil Hall/File Photo - RTX2I01W

La misma mañana que se conocía el resultado del referéndum ya había el primer personaje barrido por el efecto Brexit: el primer ministro David Cameron. Habiendo recibido un apoyo importante y extenso en las últimas elecciones, David pensó que podía dirigir la opinión de los británicos. Mr Cameron se presentó como el caballero defensor del Reino Unido frente a las amenazas que llegan del continente. Primero, culpó a la Unión Europea de frenar las expectativas nacionales creyendo que con un cambio de rol como miembro de la Unión, sus votantes también cambiarían de opinión y lo seguirían como a un mesías. Un hombre de impecable educación y vida acomodada como Mr Cameron pecó de lo que sus oponentes siempre le habían reprochado: no supo entender al pueblo. El pueblo, especialmente aquél que vive en el norte de Inglaterra o aquél de una generación menos acostumbrada a la globalización, no siempre comprendió la palabrería con la que el premier británico regresó tras su acuerdo europeo. A ese pueblo no se le puede convencer sólo con estadísticas, gráficos y cambios de denominación legal. A ese pueblo le llegan las ideas y las imágenes: la extendida idea de una Europa perjudicial y la imagen de un político elitista y convenido al que castigar.

La Unión Europea como cabeza de turco fue una carta jugada por otros dos importantes personajes que ahora han decidido hacer mutis por el foro: Boris Johnson y Nigel Farage.

El conservador Boris Johnson, antiguo alcalde de Londres y reconocido aspirante a primer ministro, hizo incansable campaña a favor de Brexit. Y es que para ganar la carrera hacia el liderazgo del partido conservador apostó por su mejor as: la diferenciación. Si la Unión Europea era perjudicial para el Reino Unido, David Cameron no era un buen primer ministro puesto que había defendido la permanencia. Si Boris Johnson no era europeísta, entonces sería el candidato más adecuado para devolver al país su grandeza. Sin embargo, Boris no contó con la victoria del leave, no pensó que Brexit sucedería realmente y que el momento de la sucesión llegaría tan temprano. Ese no era el plan. El plan era que ganaría el remain (como así ocurrió en Londres) y, por tanto, Mr Johnson se presentaría como el candidato más congruente y fuerte, cuyo carisma sería capaz de defender al Reino Unido frente a una Europa que es la auténtica raíz de todos los problemas. Pero en lugar de todo ello, Boris se ha quedado sin burladero tras el que esconderse. Más allá de las consecuencias en el largo plazo, los próximos meses hasta la elección del próximo líder conservador (e incluso hasta las próximas elecciones generales) van a ser oscuros y se van a repartir culpas. La recepción negativa por parte de los mercados e instituciones públicas y privadas ha sido un arma suficientemente potente para acabar con la carrera de Mr Johnson como aspirante a primer ministro, al menos de momento. Mucho más potente que una oportuna retirada.

Nigel Farage, por su parte,  se trata del dirigente del Ukip, que ha basado su completa carrera política en conseguir la independencia del Reino Unido respecto de la Unión Europea. Mr Farage ha renunciado al liderazgo de su partido tras haber visto su aspiración apoyada por la mayoría de los votantes en el referéndum. Pero Ukip no está acostumbrado a tamañas victorias. A pesar de ser ampliamente conocido, los esfuerzos por el triunfo siempre fueron mayores que la recompensa, hecho que llevó a Nigel a renunciar ya en dos ocasiones (2009 y 2015). Lo que diferencia la última renuncia de las anteriores es que esta vez no es consecuencia de una derrota o una recuperación. Tras la victoria del Brexit, el héroe se ha quedado sin villano, perdiendo con ello su razón de ser. Después de varios “donde dije Digo digo Diego” (como deshacer la promesa de invertir la contribución a la UE en la sanidad pública) el demonio se muere y llega la hora de reconstruir. Pero Nigel no es de naturaleza constructiva y esta vez no podrá volver mientras no haya un objetivo al que destruir. Quizá si el flujo de inmigración que tanto le preocupa no se reduce tanto como demandó, aun podría reaparecer como salvador de un partido que pudo tener razón y de una población que está perdiendo el rumbo.

Y éstos no son los últimos cambios que veremos acontecer ante un panorama de profunda división e incertidumbre. Pero la flota imperial se hunde y, como dicen, las ratas son las primeras en abandonar el barco.

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