La limitación de mandatos: Un problema que ya abordó Alexis de Tocqueville en 1848

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Una de las grandes medidas que se están proponiendo para regenerar el sistema político de nuestro país es limitar los mandatos a ocho años. La influencia de la cultura de los “States” no solo se deja notar en que hemos adoptado fiestas como Halloween, en que en ocasiones los españoles creen que los juicios son como los de las películas o que las series nacionales pretendan que es delito que un mayor de edad tenga una relación sentimental con un menor. También nos estamos planteando (y seguramente no tarde en llegar) limitar los mandatos de alcaldes, presidentes de Comunidades Autónomas y hasta se deja caer la misma posibilidad para el presidente del gobierno.

El gobierno de la Comunidad de Madrid, junto con Ciudadanos, ha presentado un plan de regeneración democrática para la región donde una de las medidas estrellas es esta. Pero no solo se plantea para los cargos institucionales, también se está debatiendo para los cargos internos de los partidos. El Think Tank liberal-conservador Red Floridablanca proponen esta medida como una de las que tendría que adoptar el Partido Popular para su regeneración interna. UPyD en su día lo adoptó para su organización.

Esto no es un debate actual. Allá por el 1848, el gran pensador francés Alexis de Tocqueville, tras su viaje por los recién independizados Estados Unidos de América, en su libro La democracia en América, 1 lo abordó. En este libro, dedica un apartado a ver los pros y los contras de la reelección, que titula: De la reelección del Presidente. Este apartado lo inicia con la pregunta “¿Han hecho bien o mal en permitir la reelección del presidente”?

Antes de continuar, hemos de aclarar, que cuando Tocqueville habla de reelección de presidente, no lo hace en el sentido que lo hacen los estadounidenses ahora. Él habla de una reelección para nuevos mandatos indefinidos. La limitación a ocho años no llegará a la Constitución Americana hasta 1947, con la Vigesimosegunda enmienda. Hasta este año, la carta magna americana no había establecido limitación alguna al número de veces que una persona se podía presentar a la más alta magistratura del país. Eso sí, también es cierto que, desde la época de George Whashington, solo Franklin D. Roosevelt había sido elegido para un tercer mandato.

El autor liberal, se plantea, que a primera vista, impedir que el jefe del poder ejecutivo pueda ser reelegido puede parecer contrario a la razón.  Esta impresión la sustenta en la influencia que las dotes o el carácter de un hombre puede ejercer sobre el destino de un pueblo, especialmente en épocas de crisis. Para traer el debate a la actualidad, reflexionemos si la Historia hubiese sido la misma sin Wiston Churchill, Adolfo Suarez, Margaret Thatcher, Gorvachev o Nelson Mandela. Seguramente no. La influencia de líderes así ha resultado fundamentales para el destino de sus naciones e incluso del mundo. Otro motivo por el que limitar los mandatos puede parecer contrario a la razón es que se podría llegar a una situación tan extravagante como que un hombre fuera excluido del gobierno precisamente cuando se había probado que era un buen gobernante.  ¿Cuantas veces no han alegado que la experiencia en política es un grado? ¿Cuantas veces han acusado a los líderes de los partidos emergentes de no haber tenido experiencia de gobierno? Como podemos ver, estas discusiones no son de La Sexta Noche, de Al Rojo Vivo, o las que pueda tener Eduardo Inda y Francisco Maruenda. Estos argumentos vienen de largo.

Pero a estos argumentos, que el francés califica como poderosos, contrapone otros. Otros que surgen de dos de los vicios inherentes y naturales a todo sistema electivo: la intriga y la corrupción. ¿Cuántos casos no han saltado a la luz en nuestro país en los últimos años? Los Eres de Andalucía, la Púnica en Madrid, La Gurtel, Merca Sevilla… Estos vicios dice que se extienden indefinidamente y que pueden comprometer la existencia del país cuando un jefe de Estado puede ser reelegido. Tocqueville habla de jefe de Estado porque está pensando en el habitante de la Casa Blanca. Pero donde habla de Jefe de Estado pensemos en el alcalde o presidente de una comunidad. Considera que el poder de un candidato a la hora de intrigar o corromper es limitado, pero cuando es el que ostenta el poder el que lo hace, además cuanta con la fuerza del gobierno y de la administración para hacerlo. En este caso es el estado mismo, con sus recursos, con fundaciones, con dinero público, con leyes, con funcionarios, con concesiones de licencias el que puede intrigar y corromper.

Cuando un presidente puede ser reelegido dice que los intereses del gobierno se convierten en algo secundario y lo principal es su elección. Esto es lo que en la actualidad denominamos intereses electoralistas. Anunciar que vas a dar 400€ a todo hijo de vecino aun cuando tu ministro de economía sabe que es una aberración y se avecina una crisis económica sin precedentes. Decir que bajarás los impuestos o que no vas a subir el IVA cuando seguramente sabes que las cuentas oficiales no son las que son etc. Cuando se trata de la reelección “las leyes, no son para el sino combinaciones electorales; los puestos se convierten en otras tantas recompensas por servicios prestados, no a la nación, sino a su jefe”.

En aquella época que pasó por lo que antes he llamado los States, decía que era incomprensible contemplar la marcha del país sin percibir que el deseo de la reelección dominaba la mente del presidente. Toda la política de su administración se dirigía hacia ese punto y que según se aproximaba el periodo electoral el interés individual sustituía al interés general. Creo que todos hemos tenido esta sensación ante una elecciones. Todos hemos visto grandes inauguraciones de rotondas, a los presidentes saliendo a la calle, yendo a cenar con Bertín Osborne; pero sobre todo, meses antes poniendo obras en marcha que no se habían puesto antes por falta de liquidez o de otros problemas, bajando tasas etc.

Tocqueville considera que el problema de la reelección es que el político que sustenta el poder se pliega a todos los deseos de los ciudadanos. Que necesita su favor y en ocasiones sustituye el interés general, sustituye aquellas políticas impopulares, dolorosas y necesarias por aquellas populistas, electoralistas y derrochadoras. Considera que: “siendo reelegible (y esto es verdad, sobre todo en nuestros días, en que la moral política se relaja y los grandes caracteres desaparecen), el presidente sólo es un instrumento dócil en manos de la mayoría. Ama lo que esta ama, odia lo que ella odia, se anticipa a su voluntad, previene sus quejas, se doblega a sus menores deseos.” Esta última frase me parece tan actual. Tan de nuestros días. Especialmente el paréntesis en el que habla de la relajación de la moral de la política.

Por lo tanto, vemos que son poderosos los argumentos que contrapone a la reelección. Obviamente, no podemos limitar los mandatos a cuatro o cinco años. En muchas ocasiones las políticas necesitan tiempo para implementarse, las leyes que impulse el gobierno tiempo para discutirse en el parlamento y en cuatro años no da tiempo. Puede ser que en ocho tampoco. Pero evitando las reelecciones indefinidas, podríamos evitar la tentación de crear redes clientelares, de hacer políticas populistas, porque en el segunda mandato, sabes que no podrás optar a ser reelegido.

Pero, y antes de concluir, no deberíamos olvidarnos de mencionar dos problemas de esta medida. La primera es lo que en el siglo XVIII se dio en llamar lame duck o teoría del pato cojo. Según esta teoría, el presidente, en su segundo mandato, poco a poco va perdiendo capacidad de influencia según se va acercando el final de su mandato porque todos saben que ya no va a volver a ostentar el poder nunca más. El segundo es el de traer una medida pensada para un sistema presidencialista a un sistema parlamentario. España se convertiría en el único país de régimen parlamentario con una limitación de mandatos.

El sistema presidencial se caracteriza porque por el modelo de separación de poderes que se han dado, ni el presidente puede disolver el parlamento ni este puede desalojar al presidente excepto en casos excepcionales. En el sistema parlamentario, como el de nuestro país, la fuente de legitimidad del presidente del gobierno nace en el parlamento. Este le puede nombrar y le puede cesar cuando quiera, y el presidente también puede disolver el parlamento y convocar nuevas elecciones. Por lo tanto, y si finalmente se adopta, habremos acogido una medida correspondiente a otro sistema. Por eso, hay quienes piensan que prohibiendo la reelección se confirma el error de presidencializar un sistema parlamentario, intentando corregirlo con una solución inadecuada. Este tipo de teóricos (como José Ignacio Torreblanca) recomiendan cambiar la Constitución para despresidencializar el gobierno.

En mi opinión, esta medida a lo mejor no debería adoptarse a nivel nacional, pero si a nivel autonómico. En el primer nivel, la prolongación de un presidente por más de tres mandatos solo ha ocurrido con Felipe González. En cambio en el plano autonómico y municipal ha sido algo que ha ocurrido con mucha frecuencia. Además, ha sido en este segundo nivel donde la corrupción y el caciquismo se han extendido más. Por lo tanto, al igual que Tocqueville reflexionó sobre el tema. Nosotros también debemos hacerlo y de forma sosegada.

 

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