Los bramidos se adueñan de cada suspiro; los suspiros, de cada toma de aire de los pulmones. El pensamiento focalizado en el miedo restringe la visión como las anteojeras a los jamelgos de caballería. La tensión se apropia de las manos y del temblor de los dedos. La incertidumbre por lo que pueda pasar en segundos hace lo propio con el martilleo de las piernas contra el suelo. La extremada precaución ante la amenaza delimita cualquier reacción a lo inesperado.

Así se viven los últimos momentos, los dos fatídicos capítulos finales de Los Soprano en la piel de Tony. Una familia cercada por sus rivales con los que comparte marco que se ve acorralada y obligada a maniobrar desde la osadía y decisión de su fantástico líder James Gandolfini. Con un espacio igual o menor para la huída hacia delante se encuentra ahora un Partido Socialista en plena deriva por su propio inmovilismo e implantación del prefijo ‘pseudo-’ por doquier. Atenazado por las otras familias del mismo lado del eje, Sánchez busca encarnar la figura de hombre de partido que evite la implosión del dinosaurio.

Con el atrevimiento de Arlauckas en cada una de sus machadas en la pintura y la incoherencia de ver al despiadado y vasto Tony Soprano sollozando por la vuelta de sus patitos, Pablo Iglesias se decidió el viernes pasado a sorprender a los socialistas con una nueva tenaza que coartaba aún más el margen de operación. La primera reacción de un Sánchez impedido por capacidad y presión interna para improvisar esbozó una sonrisa e incluso agradecimiento ante la propuesta de Podemos. “Qué majo es este Pablo”, pensaba un iluso Pedro minutos antes de que sus asesores y los susanistas le explicaran con croquis lo que de verdad quería Iglesias con su aguda jugada maestra. Rajoy, rápido y sorprendentemente ágil, le dejaba también la roca de formar gobierno el mismo día para dejar que cayese por su propio peso. La intimidación llegaba a Sánchez con dos golpes que ni siquiera vio venir como tales. Sabedor del polvorín interno, Pedro llamó a los sabios barones para tantear el terreno en esa encarnación de héroe de partido tan profetizada como poco confiada. Entonces, cuando parecía que no podía haber más frentes abiertos, llegó el autoconcebido todopoderoso del socialismo con su entrevista en El País para cerrar aún más las vías de escape. González, contrariado y contradictorio, a medio camino entre abogar por sus ideas y no ofender a las del votante, representa la indecisión de un partido que al mirar el mapa político no encuentra un espacio que le albergue.

Hoy, Sánchez ya comienza a saberse el Benítez del socialismo a la espera de que los tiempos cuadren para dar entrada a un ‘Zizou’ del sur con algo más de pelo. El sorpasso por la izquierda y bajo sus piernas por parte de la familia de Iglesias deja a Sánchez con un suicidio en diferido en un tiempo máximo de cuatro años, y que termine por pasokizarlo, como mejor maniobra posible.

Como la mafia italoamericana de los ‘90, la izquierda se divide en familias que encuentran hoy la posibilidad de acabar con la hegemonía de su establishment a base de nutrirle con dinamita para facilitar una implosión inducida. Mientras, el PSOE se debate entre continuar con la inercia de su líder o buscar a un Tony Soprano salvavidas que acabe con algo más que ese zarpazo en forma de corte a negro cuando esto último parece imposible a estas alturas.