Tambores que retumban y amenazan el idilio con la almohada. Violines que agudizan la pesadilla en el momento más fatídico y violonchelos que la rescatan cuando parece que todo está en calma. La tensión y el contraste con la quietud en segundos que es capaz de describir la banda sonora de Master and Commander delineaban en los últimos días de vida de Fernando II de Aragón la mente del que pocas fechas después sería Carlos I -según el relato de su hermana Leonor-. Una mezcla de miedo a lo desconocido -a su vez razón del cómo se había criado-, temor a un pueblo lejano y peculiar como era el español, y la creencia de que no era él el deseado si no su hermano Fernando. La escena a los pies de la cama de la infanta en el momento de darle la noticia -Carlos se convertiría en rey de los territorios que su difunto abuelo le cedía a través del trono- relatan a un adolescente aterrorizado, contrario y contrariado, ausente y reactivo.  

Carlos I se vio obligado a coger las riendas para luego desarrollar sus sueños de caballeros. Hoy, a 20 fechas de las elecciones, aún no ha cogido Mariano Rajoy las bridas que le corresponden a un presidente del Gobierno. Sigue todavía reactivo y ausente, como queriendo evitar escuchar, antagónico y desazonado, ante la llamada de los cara a cara. No ha atendido a día de hoy la exigencia del debate que desde la sociedad se le reclama. Quizá, en este caso, la realización de sus deseos pasen necesariamente por obviar la llamada y resguardarse tras los muros de Moncloa. Creíble podría llegar a ser para citas concretas la disculpa de no poder eludir los quehaceres del gobernar. Pero el tan reclamado en política arte de la verosimilitud se cayó por su propio peso -como de costumbre- por el lastre de la contradicción. La incoherencia llegó el miércoles pasado cuando, tras poder leer en los medios “Mariano Rajoy ha rechazado su invitación al debate” en no precisamente una ocasión, el presidente se plantó en los estudios de Cope para tratar de comentar la Champions. Esbozar que el ucraniano Kovalenko no salía con el Shaktar no es lo que se le demanda al líder del Gobierno, ni siquiera a un simple aspirante al mismo. Fue entonces cuando Mariano evidenció lo que era una confidencia a gritos: el problema no estaba tanto en la apurada agenda -como se han empeñado en (des)dibujar-, como en el formato y el fondo. Una forma que le llevaría a vérselas cara a cara con los otros tres grandes pretendientes tras haberse pasado cuatro años gobernando en solitario y sin ánimos de consensuar.

El rechazo reiterado al debate vuelve a poner en la mesa de las contrariedades la legislatura de Rajoy en su mejor momento desde que comenzase: tras la gestión de noviembre -engrandecida por el demérito de la experiencia española acumulada con Aznar- de la respuesta antiterrorista. La causa reside en el candidato y en la vasta distancia oratoria que le distingue de los otros tres, en el terror que se profesa en las filas populares al pensar que el trío sea un depredador más eficaz que Alsina si se le pregunta por ‘la europea’. Caricatura de la situación fue el escenario teatral presentado por la Universidad Carlos III dejando libre el hueco de los ausentes líder popular y su homólogo socialista en plena cuna tradicional del debate ideológico.

El Emperador superó los instrumentos de cuerda y percusión para acatar su responsabilidad. Aquí, parece que triunfarán el pánico y el recelo, al menos atendiendo a la cita que recuperaba en la retransmisión el presidente: “La mejor defensa es una buena defensa”. Con la certeza de que no es tan vasto el imperio, queda la duda de si también variará la ponderación de la alarma y el deber.