Desfile de pinceladas de sudor: de la frente a la última cana de la barba. Un paso más, tiembla la plancha. El mentón pronunciado frena el avance del goteo salado hasta que el embalse se desborda. Otra zancada. Ya no queda espacio para seguir avanzando en la plataforma, se vislumbra el abismo del final. En cada aleteo se resienten las arrugas del traje. Los mocasines aguantan resbaladizos la inclinación obligada por la inestabilidad de la tabla. Los gemelos, tensos y fatigados, se alejan ya del ángulo natural de 90 grados como los del Capitán Garfio -en su versión Disney- antes de caer al cocodrilo. Una procesión hacia el fin forjada por el menosprecio hacia la mayor prueba de salud de las democracias: la independencia de la prensa.

Esa flexión metafórica de las piernas debería estar experimentando Mariano Rajoy en el caso de que fuese presidente de un país con un mínimo de semblante crítico. No tiene nada que temer, por tanto. Con la asfixia autoinducida gradualmente durante años por los gigantes mediáticos españoles que ahora estalla reportaje dedicado por The New York Times estos días al tema- y la necesaria reinvención del negocio, el sector ya comenzaba a desangrarse lentamente para 2011. A razón de la desestima de un presidente que se siente orgulloso de solo leer prensa deportiva y que rehúsa acudir a cualquier debate mediático con sus adversarios, la siempre existente opresión del poder político se ha multiplicado esta legislatura a través de todos los mecanismos posibles. Hundiendo las yemas de los dedos en una llaga ya profunda de unos gigantes debilitados y sin músculo para poder despegarse de la mano del mando. Una úlcera que, tal y como recoge el diario neoyorquino, ha supeditado la presentación de la información de la cabecera de PRISA –El País- a su milmillonaria deuda. Aprovechando la situación, el cese de directores y profesionales o la matización de informaciones -e incluso la autocensura- al gusto de los acreedores y administración han sido una constante en los últimos años. La sorna del Gobierno en forma de ofensa a la inteligencia se materializa en las palabras de la renovada imagen popular que encarna Pablo Casado: “No veo que la prensa española tenga un problema”. Y, nada más lejos de la realidad, ahí reside la contradicción: cabeceras que no generan dificultades. Todo mientras RTVE ha perdido ya la excelencia que internacionalmente se le reconocía. Casimiro García-Abadillo -exdirector de El Mundo-, presente en Salvados y también en el reportaje del periódico de periódicos como una de las víctimas de las circunstancias, expresaba el estrangulamiento proveniente de uno y otro flanco: “No tenía mucho margen de maniobra”. Idea repetida por el hasta ahora columnista de El País Miguel Ángel Aguilar poco antes de dejar de serlo por esbozarla: ‘Los periódicos están en manos de sus acreedores y del Gobierno’. Posturas secundadas por el Instituto de Prensa Internacional que urgía hace unas fechas a derogar la Ley de Seguridad Ciudadana y recuperar la independencia de RTVE, a través de un informe con otras organizaciones, así como reforzar la libertad de expresión.

Aun con la sanidad democrática en cuestión, Rajoy aspira a revalidar la hazaña -no se sabe si también dirección- en vistas a continuar con el mismo itinerario insultante al intelecto que se insiste en obviar. No se verán esos setenta y cinco grados de inclinación, sino más bien los Fahrenheit 451 dibujados por Ray Bradbury.