Las paredes de aquella sala devolvían el sonido de las palabras “independencia”, “Cataluña” y “España”. Cuando entro, me encuentro a un profesor y a unas alumnas debatiendo sobre la independencia catalana.

Vaya por adelantado mi rechazo hacia cualquier nacionalismo. Sea el que sea. Creo en un mundo sin fronteras y, aunque escuché alguna risa tonta cuando lo dije, considero que es la mejor forma de entender la humanidad. Por eso, no es mi objetivo discernir acerca del nacionalismo. Si es válido o no. Si Cataluña tiene razones para querer la independencia o no. En cambio, si es mi objetivo narrar la situación que presencié.

Como iba diciendo, me senté y escuché en qué punto se encontraba aquella conversación. Lo de siempre. Había llegado al mismo punto simplón, disfrazado de argumento: “Esto es España al que no le guste…” Como se puede ver, la lógica aplastante se apoderaba en aquel momento del ambiente universitario.

Fue entonces cuando me acordé de todos aquellos estudiantes que, arriesgando su vida, gritaron a favor de la libertad; con el puño derecho cerrado y en la mano izquierda, poemas de Hernández. Y se me encogió el corazón. Cómo es posible que, habiendo transcurrido más de cuarenta años de a longa noite de pedra, todavía sigan existiendo tales “argumentos”. ¡Para qué ha servido tanto esfuerzo, disparos y noches en calabozos!

Suspiré.

Lo mejor todavía no había llegado. Faltaba el argumento más sólido que jamás había escuchado: “Si no quieren ser Españoles que no jueguen la copa del Rey”. Sin dejar de lado la marca España, todo quedó reducido en futbol. ¿Eso es lo que ofende? ¿La copa que lleva el nombre de un señor que nadie ha elegido? ¿El único argumento que poseéis para desmontar las razonas independentistas es que juegan la copa del Rey?

Se supone que somos la generación más formada. Sin embargo, en una facultad, no solo se duda sobre el derecho a decidir de un pueblo, sino que la actitud crítica y la creación de argumentos independientes de cualquier organismo dirigido se vieron reducidas a cero. Algo tan básico como la libertad se somete a un interrogatorio con los policías vestidos, esta vez, de ropa de Bershka y con su nombre a punto de figurar en un título universitario; sin rastro de Hernández.

Puedo llegar a entender, que no compartir, ciertas opiniones estigmatizadoras de la libertad, decisión de todo aquello que conlleve posicionarse y, por tanto, no seguir el sendero marcado. Lo que no puedo, o me niego, entender es cómo la educación ha logrado ahorcar la autosuficiencia intelectual sin ninguna oposición más que la de los “locos”, perdidos desde León Felipe.

No condeno una u otra posición; me entristece ver cómo ahora que la justicia vale menos/que el orín de los perros todo parece horriblemente cuerdo.