Flashes cegadores. Reflejos del rostro en las lentes de las cámaras. Focos que asfixian, punzada a punzada, aumentando el caudal de sudor que desciende por el cauce de las arrugas. El nivel siete en la Escala de Richter que retumba en las piernas. La tensión añadida a una cuerda que no da abasto para mantener todos los hilos firmes. Consciente de la falta de espacio para un nuevo desliz. Sabedor de la ausencia de un revulsivo que desequilibre la balanza. Todo esto debe pasar por la mente de Mariano Rajoy para que cuando se le reclamaba debate con sus contendientes este reaccionase recuperando del retiro -virtual, nunca ha dejado de cobrar su medio millón de euros anuales- al todopoderoso gurú Pedro Arriola.

“Los españoles son muy españoles y mucho españoles” [sic], de esta forma se encargó de dejar claro el propio Mariano Rajoy hace meses la abismal distancia que separa la oratoria del líder popular de la de sus adversarios Sánchez, Iglesias, Rivera y Garzón. La tradicional importancia en política de este arte que de tantas farsas ha convencido se puso en duda el día que batallaban por la presidencia Rubalcaba y Rajoy. Pero quizá no tenga incidencia en un país que se escandaliza más cuando Iglesias patina en un debate informal -al que no se prestan Mariano y Pedro- que cuando es detenido el ministro artífice del milagro económico. Conocedores de la gran limitación de su líder que impide que se dé cualquier debate del estilo #AlbertVsPablo, la estrategia de sus súbditos la dejó clara la nueva esperanza popular Pablo Casado al comenzar el postdebate insultando la inteligencia del espectador: ‘Ciudadanos y Podemos son lo mismo’. Ante este panorama, Rajoy se vuelve al banquillo como lo hacía Fabio Capello con el Madrid de 2007: con una plantilla sin margen de maniobra en la que las barreras empezaban con él mismo. Entonces, apretado por tres flancos, el italiano se encomendó a la épica de sus viejas glorias. Hoy Mariano lo hace con Arriola.

El director espiritual y asesor de presidentes populares es el nexo -uno de los pocos- entre Aznar y Rajoy. Aquel que en el ‘89 fue fichado para acabar con el dominio socialista. Artífice del grito de guerra “¡Váyase, señor González!” entonado por Aznar y luego reinterpretado en Aquí no hay quien viva. Arriola se elevó como estandarte popular fraguando la primera victoria de la formación. Con su respetada lectura de los sondeos y posterior aplicación a las campañas, consiguió seducir hasta a Julio Iglesias, con todo su “sentimiento y raciocinio” para que legitimase a Aznar como mejor candidato. También sirvió para seducir a España en dos ocasiones. Sin embargo, como el Raúl de Capello, como las oxidadas Winchester del western, el sevillano no pasa precisamente por su mejor momento. Aunque en 2011 siguió dirigiendo la carrera a la presidencia de Rajoy, para las europeas y las múltiples elecciones de marzo de este año se le relegó a un segundo plano. El gurú aparecía de forma fugaz y a cuenta gotas. Trazar el símil entre los miembros de Podemos y ‘unos frikis’ o restar importancia a las Elecciones Europeas de 2014 rechazando cualquier extrapolación a las locales o generales fueron las últimas muestras de que el fusil Arriola se encasquetaba. También en ese curso el andaluz fue enviado a Cataluña para evaluar la tendencia y hacer cábalas sobre soluciones potenciales. Hoy la situación de la región en general y la del PP catalán en particular dejan claro que los patinazos de Arriola no fueron algo puntual.

El anterior maestro de los sondeos, se eleva ahora fundamental para los populares, como el sacerdote Blaise Meredith en El Abogado del Diablo de Morris West. Volver a lo anterior para bregar con lo nuevo, así confía Rajoy en distinguirse de los otros tres oradores como en su día lo hizo Capello y por la misma razón: no queda otra. Veremos si el gurú se disfraza de Raúl o Van Nistelrooy para triunfar en el último suspiro.

 


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