Se acercan las elecciones generales más importantes desde hace décadas y los asesores empujan a los políticos a que hagan cosas para que el electorado los vea como seres humanos, pero en España sigue siendo noticia que una vicepresidenta del gobierno aparezca en El Hormiguero; y es que los políticos todavía ven los talk show como un laberinto de trampas , donde las entrevistas de preguntas libres (y afiladas) son un terreno resbaladizo para su imagen. No les falta razón, pero pocos se dan cuenta de que estas intervenciones no son, a día de hoy, ni positivas ni negativas, sino simplemente inevitables… cuando se quiere marcar la diferencia.

Se puede meter la pata mucho cuando eres un político y sales en televisión, y la gravedad de las consecuencias es directamente proporcional al cargo que tienes. Recordemos el café de ZP en “Tengo una pregunta para usted”, o la reciente entrevista a Rajoy en Onda Cero con Carlos Alsina. También se pueden conseguir cosas muy buenas; impacto mediático cuando tienes una mediocre imagen de partida en el caso del baile de Iceta, o crearte una figura como tertuliano en el caso de Pablo Iglesias antes de saltar a la política. Pero en el caso de los talk show te arriesgas directamente a hacer el ridículo, por su formato y sus contenidos; cuando un político va a esos programas se evalúa su grado de humanidad, sentido del humor, capacidad para salir de situaciones embarazosas y sobre todo se dan a conocer detalles personales que son como pepitas de oro para la gente que ve el programa y percibía, hasta ese momento, a esa persona como alguien muy, muy serio y sobre todo hermético. Porque a casi todos nos gusta el cotilleo.

En el caso de Soraya Sáenz de Santamaría le salió todo bien. Se rió, bailó, dio detalles personales (bien medidos) de ella y de su entorno de trabajo y salió airosa de los pequeños bretes en los que la metió el programa. ¡Pero si hasta abrazó a un perrito desamparado, hombre! (o mejor dicho, abrazó una historia y se convirtió en parte de esa historia, esa es la magia del storytelling). Estas cosas no son completamente espontáneas, por supuesto, y están previamente pactadas con el gabinete de Soraya en una negociación en la que el programa y la vicepresidenta salen ganando. El baile final fue el minuto de oro de la noche, eso vale más que mil ruedas de prensa, o que cien mítines, y lo saben bien en EEUU, donde este tipo de cosas son normales y no noticia. El PP puede parecer desesperado últimamente, pero tiene que solucionar su problema de conexión con la calle como sea, y sacar a su gente de la cueva para empezar a arreglar las cosas.

Entonces ¿Es el momento de que los políticos salgan a mostrar en masa su cara más humana en televisión? Pues ¡Cuidado! Antes de aceptar cualquier invitación siempre hay que preguntarse para qué se va a ir, qué se gana apareciendo en pantalla, y si no se gana mucho pues mejor no ir. Un planteamiento equivocado puede hacer que se corran riesgos innecesarios que pueden dar al traste con una imagen trabajada durante mucho tiempo, porque es mejor guardar silencio parecer tonto que abrir la boca y demostrarlo. Y no se pueden controlar todas las cosas a las que se expone el político en un talk show; la diferencia con una entrevista hecha por periodistas es que en aquella te puedes preparar las respuestas porque sabes qué es lo que te van a preguntar con más probabilidad, pero en los talk show necesitas estar hecho de buen material: si eres un soso e intentas parecer gracioso se te va a notar, y la gente se da cuenta de ello. Se avecinan tiempos electorales en los que cortar una cinta de inauguración o dar un paseo en bicicleta son insuficientes para ganar votos, es hora de bajar de la oficina del partido hasta la calle y convencer a la gente de que eres como ellos; porque el electorado respeta en un candidato la seriedad, pero admira todavía más el sano equilibrio de su persona.

 


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