En estos días de vacaciones, no todo es playa o piscina. También se saca tiempo para descansar y relajarse, o lo que es lo mismo para mí, leer. Uno de los libros que he leído estos días me ha llamado especialmente la atención, trata sobre lo criminal que puede llegar a ser una ideología cuando se lleva a la práctica. Viendo al autor ya animaba a leerlo: Fernando Díaz Villanueva.

Portada del libro "Historia criminal del comunismo" de Fernando Diaz Villanueva
Portada del libro «Historia criminal del comunismo» de Fernando Diaz Villanueva

Historia criminal del Comunismo hace un repaso profundo sobre los años en los que predominó -en algunos países todavía sigue vigente- el totalitarismo de origen soviético. Desde Lenin y la revolución rusa de 1917 hasta el comunismo etíope, pasando por Stalin, las conexiones entre la II República Española y la URSS, Pol Pot, Mao Tse-Tung, la Yugoslavia de Tito, los Juche en Corea del Norte, la revolución cubana, etc. En definitiva, todos aquellos que han insuflado de totalitarismo, odio y millones de muertos a aquellos países donde han llevado a cabo los postulados marxistas-leninistas en sus diferentes «versiones».

Todos los Estados socialistas de la historia se han caracterizado por lo mismo: la obediencia al Líder. Y para canalizar el poder de éste, un instrumento básico: el Partido único. Lo que demuestra una característica básica del comunismo -pese a que aquellos que siguen defendiendo esta ideología digan que no- y es su rechazo a la democracia.

Los comunistas-socialistas del siglo XXI no dejan de repetir que hay que «democratizar» todos los ámbitos públicos de actuación política-administrativa. Un discurso que esconde su idea fundamental: la democracia no les sirve. Se sirven de ese discurso populista de «democratizar» para «empoderar al pueblo» -¿no les suena a alguien con coleta? Nada nuevo- para llevar a cabo sus planes totalitarios. En cuanto llegan al poder persiguen y acaban con la oposición, anulan todo tipo de iniciativa individual, normalmente colectivizando -la agricultura, la industria- e instauran un régimen de terror basado, como he dicho antes, en el culto al Líder y al Partido, si no quieren “desaparecer” del mapa –en la Camboya de Pol Pot, por ejemplo, tantas eran las muertes que el régimen eliminó la palabra muerte por decreto. En la Camboya roja no se moría, se “desaparecía”-.

En esta historia criminal del comunismo, los diferentes Líderes de los Estados socialistas, inspirados en la URSS, no dejaban nada al azar o fuera de su alcance, tenían todo controlado y si no salía según lo planeado lo pagaban con alguien que no le cayera del todo bien, aunque fuera afín al Régimen. Todo les pertenecía, los derechos naturales del ser humano (el eje liberal-libertario) «Vida-Libertad-Propiedad» de cada individuo -mejor dicho del colectivo, pues en el sistema comunista desaparece la figura del individuo- dependía única y exclusivamente de ellos. Y como buenos antiliberales que eran, son y serán, no dejaban, dejan ni dejarán Libertad ni Propiedad a los que vivían, viven y vivirán bajo sus yugos, y a muchos de ellos tampoco Vida.

En definitiva, un libro que repasa la historia del comunismo, de lo más negativo que ha podido sufrir el hombre en toda la historia. Algunos quieren repetirlo, no siendo conscientes de todo esto, o siéndolo quieren intentar superar a los genocidas rojos del siglo XX. Espero que no haya que comprobarlo. Sería repetir la historia, criminal, de la ideología con más víctimas a sus espaldas. Ya lo dejó claro Alexander Solzhenitsyn, quien sufrió en primera persona los horrores soviéticos: “El reloj del comunismo ha dejado de funcionar. Sin embargo, su construcción concreta aún no ha llegado a caer. Por esa razón, en lugar de liberarnos a nosotros mismos, debemos tratar de salvarnos de ser aplastados por sus escombros”.

 


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