España es un país glamouroso. No necesariamente elegante, pero sí glamouroso: nos gusta el artificio, lo llamativo y las grandes puestas en escena. Lo demostramos la última noche del 2020, cuando en los quince minutos que dura el programa de las campanadas de Fin de Año construimos un escenario único e histórico: la Puerta del Sol vacía por primera vez en más de un siglo, la bandera de todos proyectada con escaso gusto para destrozarla con el tradicional sectarismo patrio, y dos históricas de la televisión española despidiendo el año maldito desde un balcón con lentejuelas y champán, agarradas de la mano después del mensaje más emotivo que podíamos escuchar y con la mirada apartada de las cámaras para no llorar.

El luto blanco de una mujer renaciendo, porque nos gustan las sufridoras, de Ayuso a la Pantoja pasando por Adara. Fuegos artificiales como cierre eufórico a un año que deja más de 70.000 muertos. El mítico Nacho Cano dando un concierto para nadie en una plaza pasada por agua.

¡Nacho Cano! Casi olvido uno de mis pasatiempos tradicionales de Fin de Año para sentirme acompañado en mis monótonas vacaciones: sumergirme en las profundidades de viejos foros de Internet poblados de nostálgicos que cada Navidad piden el regreso de sus grupos favoritos como deseo para el año que empieza: Mecano, Olé Olé, Mocedades.

Los que piden la vuelta de Mocedades merecen estudiarse. Están divididos en dos grupos rivales que son las verdaderas dos Españas: los fervientes defensores del Mocedades TM, y los acérrimos de El Consorcio, entre los que confieso encontrarme por contar con la presencia de Amaya. Las guerras que mantienen ambas facciones para determinar cuál es mejor o peor grupo trascienden de vez en cuando a otras redes con más relumbrón, pero cuando llega el final de la Navidad suelen dar ejemplo a la España cainita poniéndose de acuerdo en que lo mejor para contentarlos a todos es que los dos grupos se unifiquen bajo la marca original.

Si comparten la misma música, compartieron mismos integrantes y comparten mismo público, ¿por qué no reagrupar a Mocedades?

De reagrupación también he visto hablar estas fiestas a Cayetana a razón de la salida de Lorena Roldán de Ciudadanos para incorporarse al PP catalán. Y yo solo pensé que si la reagrupación del centro-derecha tan buscada por Cayetana va a depender de arribistas sin principios ni talento político pero preocupadas por mantener calientes sus posaderas, prefiero votar a Sánchez que va a calzón quitao. No, el inicio de la reagrupación no puede reflejarse en la huida de Roldán para conservar escaño.

Partido Popular y Ciudadanos están destinados a entenderse si quieren volver a ganar las elecciones a la izquierda y construir un proyecto alternativo que combata delirios identitarios y los intentos por patrimonializar cada espectro de la vida del ciudadano, pero la reagrupación no será posible si depende de sus élites, más preocupadas en el tacticismo electoral para conservar sus cargos de partido con los que pagar la hipoteca y asegurar una mediocre aparición en las históricas actas parlamentarias.

No se puede pedir visión de Estado a los que no tienen visión más allá de la puerta del despacho.

¿Dónde debemos mirar entonces para impulsar la reagrupación? A las juventudes de los partidos, quizás. Los suponemos idealistas con ganas de hacer una política diferente, recién llegados con convicciones y aún sin contaminar por el partidismo de sus élites. Y aunque no cabe duda que este perfil abunda en las juventudes, sus dirigentes suelen tener interiorizado su papel como hinchada de los cabezas de lista, si no llevan ellos mismos la idea de ser ese cabeza de lista y ver colmada su única ambición de aparecer en un cartel electoral.

El compadreo con los primeros espadas de la formación, el continuo apoyo a las decisiones electoralistas de la cúpula, la presión de grupo y la conciencia de que las juventudes son una cantera para renovaciones exprés de los partidos socavan la autonomía de los discursos e impiden que las juventudes hagan aquello para lo que fueron creadas: debatir e impulsar desde abajo cambios necesarios en sus partidos.

Solo queda mirar un escalón por debajo, a la sociedad civil y las asociaciones, para buscar vías que hagan posible la fusión de fuerzas. Pero también en este estamento encontramos problemas para ello.

En primer lugar, la desmovilización de esa sociedad civil que la convierte en inexistente en el centro-derecha, pero además, las asociaciones que existen en ese espacio son muchas pero con pocos militantes que actúen como músculo para permear en la sociedad. La atomización de este espacio político en multitud de plataformas sin una nutrida base que actúe unida, dificulta que se haga pedagogía en la sociedad y sus reclamaciones se tomen en consideración por los partidos.

La solución, obvia, pasaría por unificar todas esas pequeñas asociaciones bajo una misma «organización paraguas» para tener un mismo rumbo, pero en muchas ocasiones el adanismo de sus impulsores («nuestro proyecto es el definitivo, el que hace cosas que los demás no se atreven a hacer») o la búsqueda de la pureza ideológica de sus manifiestos (el querer ser los más liberales, los más conservadores o los reformistas auténticos) imposibilita que estas asociaciones tiendan puentes, colaboren o se planteen la fusión de sus plataformas con objetivos comunes.

De repente, los problemas de división que históricamente habían sufrido la izquierda o el nacionalismo comienza a experimentarlos el llamado centro-derecha en su base más elemental. Y justo hoy, cuando la izquierda imperante (identitaria, nacionalista e iliberal) rompe con los acuerdos pactados para establecer el orden constitucional, es de imperiosa necesidad que liberales y conservadores más o menos puros (signifique eso de pureza lo que quiera significar) no solo se mantengan unidos en el respeto a la democracia liberal y la defensa de la Razón, sino que busquen ampliar su base.

La unión debería hacerse posible a través de la fusión de asociaciones con objetivos similares, que son muchas, o en su defecto organizarlas a todas bajo un ente de colaboración que actuase como una «Federación de Asociaciones». Por otro lado, ampliar su base solo tiene sentido si se deja de lado el intento absurdo por ser los más puros y se atrae al proyecto a socialdemócratas y ciudadanos sin fuertes convicciones ideológicas que acabaron votando a fuerzas iliberales por descontento. Esto solo se consigue si el mensaje del asociacionismo liberal y conservador prima las cuestiones globales más fácilmente asumibles por ciudadanos de diferente ideología como la defensa de un Estado de Derecho con poderes independientes que actúen como contrapoderes, el combate a los nacionalismos como único camino para acabar con las desigualdades o la reindustrialización y creación de tejido empresarial para dotar al ciudadano de riqueza material.

Partir de ahí puede atraer gradualmente adeptos a cuestiones menores y más identificables con el argumentario liberal o conservador como la bajada de impuestos, el tamaño del Estado o la presencia de este en la Educación.

No es tiempo de luchas intestinas sino de reagrupación, pero sin Roldanes. El ejemplo para las élites políticas debe nacer en la sociedad civil.

Porque, si comparten la misma música, comparten los mismos integrantes y comparten el mismo público, ¿por qué no reagrupar a Mocedades?

 


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