Sin entrar en la letra pequeña del acuerdo, la eutanasia se añade como un derecho fundamental que podremos ejercer dentro de 3 meses.

Partiendo de la premisa de que todos nacemos y morimos, es decir nadie vive para siempre, ha llegado una ley a nuestras vidas, que pone en nuestras manos el derecho a decidir cómo y cuándo morir. El propio paciente, de forma voluntaria, intencionada, y plenamente consciente decide querer poner fin a su vida por diferentes motivos relacionados con enfermedades terminales, con el fin de ahorrar sufrimiento tanto físico como psíquico al paciente en cuestión.

Esta ley que se implementa con el apoyo mayoritario de la población española, amplía la libertad y autonomía de los pacientes. De la misma manera, los pacientes que se encuentran en estados terminales que decidan prolongar su vida no les faltará ningún tipo de atendimiento y tendrán todos los tratamientos paliativos que sean necesarios para poder tener un final de vida digna, y por consiguiente, una muerta también digna.

Es evidente, que vivimos en un mundo en el que las óptimas condiciones de vida  en los países desarrollados y los tratamientos que se implementan cada vez más avanzados  sirven para  poder atender mejor las patologías graves de los pacientes, y por tanto  permiten alargar nuestras esperanza de vida en los últimos años. Por este motivo, parece que prolongar nuestra vida en situaciones extremas sea la única opción. Y no es así.

Está claro que este debate que lleva muchos años en el itinerario común de la sociedad española iba a terminar en una amplia división de opiniones tras la aprobación de la Ley de la Eutanasia. Lo que pone de manifiesto que este debate era necesario.

Desde mi punto de vista, la división de opiniones en esta Ley de la Eutanasia resulta en muchas casos poco fundamentada y carente de apoyo científico. Muchas de las mismas, surgen desde un punto de vista ajeno a las circunstancias que pueden llevar al uso de esta misma ley. Muy probablemente, habrá personas que estén padeciendo un sufrimiento terminal o una enfermedad sin perspectivas de mejoría o que tengan un contacto estrecho de un familiar que se encuentre en esta situación, que piensen totalmente diferente a otras personas que no han sufrido esa realidad en su ámbito personal o familiar.

Por consiguiente, el refrán “Nadie escarmienta en cabeza ajena” que significa que solamente somos capaces de aprender de nuestras propias experiencias, creo que sale a colación para poder comprender la finalidad de esta ley. Sólo si sufriéramos en carne propia esta situación tan delicada, podríamos argumentar de una manera coherente si esta Ley es necesaria o no. El tiempo lo dirá.

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Nacido en Gran Canaria. Graduado en Economía en la ULL. Amante de la actualidad, de los mercados financieros y del debate político. Siempre dispuesto a escuchar y aprender.

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