A veces me pregunto en qué momento la política perdió su esencia. Cuál fue ese punto de inflexión en el que todo cambió para mal. Hace poco me topé con una frase que me hizo darme cuenta del estridente momento que vivimos y que define perfectamente la realidad: “Se llama política, donde la razón sobra y se atiende a la emoción”.

Hemos entrado en una espiral de populismo, sentimentalismo y amarillismo de la que nos va a ser difícil salir. La política ya no es un debate de ideas, ya no es ese espacio donde confluyen los más sabios, los mejores. Ahora es una enfrentamiento entre aficiones. Los locales contra los visitantes, un Real Madrid-Barcelona constante, en el que el pensamiento crítico parece no existir.

Y la culpa, ¿de quién es?

Muchos encontrarán la respuesta en centésimas de segundo: de los políticos. Por supuesto, es el comodín, todo es siempre culpa de ellos, y no les falta razón ni seré yo quien perdone sus pecados. Desde el mal endémico de la corrupción, pasando por las mentiras y los “yo nunca”, es innegable que se ha perdido cierto nivel y cierta magia.

No hace muchos años, nuestros mismos representantes desprendían un magnético halo de sabiduría, conocimiento y elegancia, lo que hoy parece más la excepción que la norma. En los debates parlamentarios resonaban los discursos repletos de ironía y de respeto, de brillantes reflexiones que hoy son ya las citas célebres de nuestra historia reciente. Ecos que nos confirman que el tiempo pasado sí fue mejor.

Pero no nos olvidemos de algo básico en la búsqueda de los culpables de la decadencia: la libertad es responsabilidad. No podemos señalar un causante sin apuntarnos a nosotros mismos primero. Vivimos en una sociedad que demanda, aplaude y alaba los peligrosos discursos populistas. Una sociedad que pide abiertamente que le engañen, que le prometan la luna sabiendo que no la puede tener, que niega que existe el pluralismo político y que otros piensen diferente. En definitiva, una sociedad polarizada, adormilada y sentimental.

Y todo este peligroso cóctel, teniendo todo a un clic de distancia. Sí, suena al típico cliché, el típico “la generación más preparada de la historia”, pero esta es la cruda realidad. Tenemos toda la información en nuestra mano, esperando paciente a que la necesitemos, sin embargo, nos negamos a ello. Total, ya lo sabemos todo, ¿verdad?

Somos, cuanto menos, cooperadores necesarios de esta situación.

Y con este panorama, el remedio se vislumbra difícil de alcanzar, aunque no hay que perder nunca la esperanza. Debe existir una unión entre la clase política y la sociedad civil para desterrar cualquier atisbo de peligrosa demagogia.

Porque si uniéramos esfuerzos, seríamos capaces de volver a situar el debate en el núcleo de nuestro sistema, de frenar cualquier indicio de autoritarismo liberticida.

Porque ni unos ni otros podemos permitirnos el lujo de dejar nuestro futuro en manos de aquellos que juegan a imponer, de aquellos que vacían la política de razón para llenarla de un sentimentalismo forofo. Es el momento de exigirnos, de fomentar nuestra irrenunciable capacidad crítica. Es el momento de no dar nada por hecho y no tener miedo de reaprender algo de nuevo.

Todavía estamos a tiempo.


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Presidenta y Portavoz del PP en Fuenlabrada. Coordinadora de Acción Liberal. Cursé Doble Grado en Derecho y Ciencias Jurídicas de las Administraciones Públicas y actualmente también Grado en Estudios Ingleses. "Libertad por encima de todo" es la frase que mejor define mi forma de ver las cosas, especialmente en la política.

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