La política corrompe a los jóvenes

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Sé muy bien que en la época que nos ha tocado vivir ser sincero con ciertas opiniones es un riesgo, sobre todo sin van contra el consenso establecido por la tiranía de las minorías elitistas, que son, al fin y al cabo, las que manejan a la masa enfurecida. Hace algunos años, cuando escuchaba a gente decir aquello de que la juventud está perdida, pensaba que lo decían, precisamente, aquellos que no soportaban haber perdido su juventud; ahora, en cambio, como con 38 años sabes que no eres joven, puedes mirar atrás y reflexionar sobre otro eslogan propagado y acogido con entusiasmo por toda esa gente joven que se acerca a la política, en muchas ocasiones con malas intenciones. Me refiero a la mentira tantas veces repetida de que los jóvenes son muy necesarios en política y que la juventud se convierte en un valor añadido para nuestra democracia de partidos. Lo que yo viví, sin embargo, es que los jóvenes más que necesarios para la política son necesarios para los partidos, sobre todo desde ese punto proselitista tan obligado para mantener una organización dispuesta al permanente desafío electoral, sobre todo ahora que la atención primaria de nuestra democracia se juega en las redes sociales, ese marco tan tóxico y destructivo para el pluralismo y la misma libertad de expresión.

Cuando escribo esto sé que gente joven que pueda leerlo oscilará entre la ofensa y el insulto, pero nada mas lejos de mi intención el querer descalificarlos. Los jóvenes que se acercan a la política no tienen la culpa de que los políticos los usen y los corrompan. Luego, ya dependiendo de cada caso, cada cual sigue su camino, o no, dentro de la dinámica tan perversa del patriotismo de partido y las recompensas al trabajo sucio que supone una nómina muy por encima del mileurismo. Cierto que cuando estás dentro de esa dinámica que es la proyección de una carrera política no te paras demasiado a leer la letra pequeña ni a pensar en los efectos secundarios de muchas decisiones que tomas sin cabeza y muchas estupideces que cometes sin corazón.

Yo mismo, sin ir más lejos, cuando pasé por Juventudes como apéndice de mi actividad en el PSOE, acepté dinámicas y silencios que acabaron sirviendo de provecho a terceras personas pero que no me reportaron ninguna recompensa. En ocasiones he pensado sobre qué habría hecho, o qué pasos habría seguido dando, si en vez de cruz hubiese salido cara en mi apuesta partidista. La verdad es que desde fuera y subido a un pedestal moral y ético el juzgar es algo aparentemente sencillo y adictivo, pero siendo honestos todo juicio político justo supone ponerte en la piel de aquella persona que estás juzgando. Digo esto porque cuando se es joven y se está en política de manera activa e intencionada no solamente acarreas las consecuencias del juego sucio en los procesos internos de poder, sino que a esto le sumas la inexperiencia, la ansiedad que te acaba cegando y la soberbia imbécil que sientes al tener 20 años. Lo peor, aun así, lo que lo convierte en más grave, es que todo lo que haces, dices, sientes y piensas, se queda retratado en videos, selfis, tuits o declaraciones; o lo que es lo mismo, el privilegio de rectificar si te equivocas o cometes estupideces es algo cada vez más estrecho.

Esto me vino a la cabeza al ver la parafernalia que montaron los partidos y sus nuevas generaciones con motivo de un evento en Estrasburgo, donde los jóvenes debidamente seleccionados fueron a debatir sobre el futuro de Europa y el suyo mismo, algo muy a mano siempre, el de esa juventud que se siente maltratada, defraudada por sus mayores y que reclama que ahora ha llegado su tiempo.

Confieso que vi dos o tres mini sketches de jóvenes enviados por los partidos para escuchar qué es lo que tenían que decirnos a los mayores, porque en ocasiones aparecen jóvenes brillantes y sin complejos. No digo que no los haya, pero en lo que yo leí y escuché no encontré nada interesante ni llamativo. Todos, con pocos matices diferentes, acababan repitiendo las mismas consignas aburridas y vacías sobre Europa, el futuro, el cambio climático y no sé qué más gilipolleces de baratillo. Ya no se trata de que los partidos te impongan un corsé mental al seleccionarte, es que se ha perdido toda voluntad de defender un ápice de personalidad propia. 

Lamento decir que, con algunas excepciones, los jóvenes que veo implicados en política me producen pereza y desasosiego. No creo que sean mejores que sus mayores- que son de por sí la peor promoción política de nuestra historia- y no creo que tengan las más mínimas nociones de lo que significa realmente la democracia ni qué desafíos propone el futuro. No se plantean que estén equivocados en sus respuestas porque no han aprendido a cuestionar ninguno de los dogmas que repiten. Solo en una circunstancia ser joven tendría una gran ventaja de cara a la política: y es el haber aprendido de los errores cometidos por tus antecesores. Claro que si eres joven y quieres hacer carrera en política lo principal es no pretender pensar por ti mismo.

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