Generación Z

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La generación Z o la generación de la inmediatez como yo la llamo, se caracteriza por ser un segmento generacional, lógicamente nativo digital, que no asume los tiempos en general, que se rigen por lo inmediato e instantáneo, y lo momentáneo. Esto deriva en una incapacidad de gestión de la frustración, del miedo, y en la resolución de conflictos. O lo que es lo mismo, la generación de la inmediatez no se encuentra preparada (siempre hay excepciones) ni dispone de herramientas socioemocionales para afrontar la realidad social en la que se encuentran y conviven.

En mi opinión, existe un gran culpable que puede ayudar a explicar todo esto; las redes sociales. Esa enorme cibersociedad que hemos creado paralela a la sociedad real, nos absorbe, consume, y nos idiotiza constantemente, hora tras hora, día tras día y noche tras noche. No podemos obviar las grandes ventajas que nos ofrecen las redes, como por ejemplo, la comunicación instantánea, muy útil en el día a día, el entretenimiento y ocio que proporciona, mayor visibilidad y oportunidad de negocio y empleo etc. Pero sin duda, todo esto ha tenido un coste, que a mí parecer, ha sido muy alto y está alcanzado cotas preocupantes. Las nuevas generaciones están creciendo en entornos socialmente estériles. Los niños no juegan, los adolescentes de hoy no socializan, y los más mayores (mi generación), se están contaminando también de ese mundo digital que está mermando todo tipo de relaciones interpersonales. 

Como ha comentado en algún medio la canadiense Catherine L’Ecuyer, Doctora en Educación y Psicología: «Los niños iban al parque, jugaban, socializaban y aprendían a resolver conflictos por sí mismos. Ahora pasan más tiempo ante la pantalla que en la calle. Si la escuela asume el papel de compensar carencias socioemocionales, ¿quién va a encargarse de transmitir el conocimiento?». Es decir, si la familia, que es la primera institución de socialización, no educa ni prepara a sus hijos ante la realidad social que van encontrarse a lo largo de su vida, ¿quién lo hará?. Lo que ocurrirá, me temo, es que aprenderán a interactuar únicamente en esa cibersociedad, vacía y superficial. Igual de importante y preocupante es la situación por la que atraviesan los adolescentes, pues no hay que olvidar que están inmersos de lleno en un momento vital de sus vidas para la construcción de la personalidad, gustos, y que se encuentran en esa constante búsqueda de la identidad que les defina como sujeto social y les configure con respecto a su entorno. Sí los adolescentes, y los jóvenes en general, no aprenden ni potencian habilidades socioemocionales que les permita ser resolutivos ante conflictos reales, ¿cómo podrán afrontar el día a día? No saldrían ilesos, la cotidianidad les acabaría devorando.

Apoyándonos de nuevo en Catherine L’Ecuyer, la investigadora señala que los jóvenes desconocen los límites biológicos y físicos del mundo real, pues se vuelven adictos a la aprobación del resto, y que las probabilidades de padecer síntomas de depresión son mucho más grandes en quiénes usan redes frente a quién no las usa nunca. Cualquiera que se haya sumergido en esa vida virtual, o que haya tenido cualquier app, como por ejemplo Instagram, sabe perfectamente que se trata de un escaparate humano motivado por la apariencia, el egocentrismo, y la superficialidad más extrema que se pueda conocer. Si seguimos con el ejemplo de Instagram, podemos observar, de manera muy preocupante, los nuevos referentes, autoproclamados «influencers», que inciden en la manera de vestir, de consumir, e incluso de actuar de muchísimos jóvenes. Decía el sociólogo polaco Zygmunt Bauman, que Twitter era mucho más que la relación entre dos individuos, y que satisfacía otro anhelo humano; el deseo de estar en la escena pública, y creo que esto es extensible al ejemplo de App que estamos comentando. Cualquier persona en Instagram puede aparecer ante miles y miles de personas haciendo humor, cantando, posando como modelos, o qué sé yo, exponiendo su vida privada, su propia intimidad. Ya no es necesario la aparición en televisión, las redes movilizan contenidos de manera más rápida y notable que los antiguos medios de comunicación convencionales. Muchos de estos «influencers» se están posicionando como referentes sociales ante millones de jóvenes y las marcas han visto un caladero de negocio ahí bastante grande. Y ahí es donde hay que tener cuidado a quién engrandecemos.

Volviendo a lo esencial de este artículo, la merma que están produciendo las redes sociales se extrapola a todo ámbito; relaciones de amistad, de amor e incluso de cordialidad y empatía. Si nos acercamos al ámbito del amor, de lo sentimental, hoy día, en mi opinión, es mucho más difícil conocer a una persona que antes. Nos regimos por cánones de belleza impuestos, somos más materialistas e individualistas, y normalmente solemos decir que somos más exigentes con la persona a la que pretendemos entregar nuestro tiempo, (no entregamos nuestro tiempo a cualquiera, por supuesto (nótese la ironía), pero esto no es más que una careta, la poca ambición disfrazada de exigencia. Seamos sinceros, hoy no queremos esforzarnos, nos puede gustar una persona, nos parece interesante, y qué bien estaría pasar tiempo con ella y detenernos a conocerla, pero eso sería convertirlo en real, y lo real aburre siempre que no pueda concentrarse en 15 segundos de Stories, siempre que dure más allá de 24 horas. No queremos aquello que no esté a golpe de click.

Vivimos actualmente en la sociedad de la información, (que no en la del conocimiento necesariamente) en la que opinamos y nos posicionamos en la medida de un tuit, Stories o hashtag, ya no es necesario un análisis, el espíritu crítico y la reflexión ralentiza la crítica, el cabreo digital, y todo lo que venga acompañado de un contraste previo estorba. Es más fácil compartir la información y quedarnos en el titular, en la superficie, porque moviliza antes a las masas de esa cibersociedad que no precisamente es empatía y conocimiento lo que generan, sino un grito al vacío. Lo que hoy nos indigna mañana ya no tiene valor, mañana será olvidado. La información corre tan deprisa que no nos da tiempo a detenernos, lo que ocurra mañana siempre será más urgente.

En definitiva, las redes han traído progreso, sin duda, pero le hemos entregado tanto poder que nos hemos olvidado de lo que realmente nos hace diferentes, hemos descuidado lo humano. Estamos creando generaciones socialmente inútiles, adictas, y débiles ante un mundo que nos sobrepasa por encima.

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