No solo hay lobos en Wall Street

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Por Alberto Barbolani

Lo confieso: la he visto unas 15 veces, pero no es lo que parece. Me explico.

La historia de Jordan Belfort, narrada en su biografía / confesión El Lobo de Wall Street y llevada con solera a la pantalla por Martin Scorsese de una manera que roza lo adictivo, es posiblemente una de las historias más utilizadas y malinterpretadas del escenario político.

La película se ha enarbolado como una oda al capitalismo en la que unos se lanzan a otros la historia del “pobre” Jordan para bien criticarlo con argumentos sobre conductas inmorales por el primer pecado original que es especular en un mercado, bien para elogiarlo como el entorno ideal en el que una persona puede “hacerse a sí misma” y triunfar hasta que llega el malvado Estado y te apaga la música en mitad de la fiesta.

Lo cierto es que la asociación de capitalismo y bajas pasiones deviene absurda con tan sólo echar un vistazo a artículos sobre conductas sexuales y alcoholismo en la antigua URSS; del mismo modo, tampoco es muy libertarian elogiar a un tipo cuyo único aporte de valor consiste en engañarte.

Ambos se equivocan, pero no por lo dicho, sino por la sencilla razón de que la peli no va de eso. Las mismas analogías podrías hacer con Gremlins o Paseando a Miss Daisy.

Los vendedores sabemos de qué va El Lobo de Wall Street sin ser cinéfilos profesionales porque va de lo nuestro. Va de un vendedor excelente. Uno de los mejores. Reconvertido en estafador que termina inevitablemente “muriendo de éxito”.

Nos enseñan a lo largo de la película cómo Jordan utiliza la falta de honradez y sesera de sus víctimas para hacerles creer que van a ganar dinero fácil a cambio de nada, sin ningún riesgo.

No sólo eso: consigue convertirlo en método, enseñárselo a un pintoresco grupo de simios sin escrúpulos para que lo reproduzcan como loros en serie, de manera industrial.

¿No es acaso Stratton Oakmont un call centre dedicado a repetir dicho método hasta la saciedad, sin piedad por la víctima que, a su vez, como en todas las estafas, peca en cierta manera de poco honrada?

En lo que a estafas se refiere, hay siempre un patrón común: el estafado cree estar obteniendo unos rendimientos extraordinarios, fuera de lo común, poco proporcionales al riesgo o el esfuerzo requerido, y en casos más extremos, el estafador está haciéndose pasar por estafado, como ocurre en el famoso “Timo de la Estampita”.

Lo bueno es que hay una interpretación opuesta: una persona honrada, íntegra y coherente se habrá librado con toda probabilidad de ser estafado. Esta regla de oro funciona generalmente bien y no requiere de nosotros ningún grado de candidez ni buenismo. Puedes defender lo tuyo a 20 uñas y 32 dientes y no dejar de ser honrado.

Trasladado al plano político, todos tenemos nuestras afinidades e intereses, pero en todas las opciones podemos ver reproducido el patrón. Cuando un político propone una solución de altísima rentabilidad, basada en ocasiones en quitarle algo a otros, a cambio del poco costoso hecho de darle su voto ¿no está reproduciendo el mismo método, como acólito de nuestro querido Jordan?

Hagamos un somero repaso completando la frase “vótame y….

  • …subiré tu salario por Ley, lo pagará el empresario”
  • …bajaré tu alquiler por Ley, el arrendatario gana mucho”
  • …te daré un cheque de 300 €, lo pagarán los ricos”
  • …te bajaré impuestos 90 €, los pagarán los ricos”
  • …salvarás el país, se lo quitaremos al otro”

Estas frases las hemos escuchado de una manera más o menos aproximada en políticos de todos los colores y si hacemos caso a lo anterior, al “comprar” este tipo de propuestas es muy probable que terminemos como las víctimas de Jordan: creyendo que mejoraremos a costa de “otro”, y resulta que el “otro”, al final, somos nosotros.

¿Es viable mejorar sin hacerlo a costa del otro? Los liberales creemos que sí. Cada vez más, entendemos lo económico y lo político constructivo como lo opuesto a un juego de suma cero. Es complicado, se trata de que los salarios suban por productividad, los alquileres bajen por competitividad, nuestro poder adquisitivo se incremente porque todo nos resulte más barato, que recibamos un retorno claro y directo de nuestros impuestos y que nuestro vecino no deje de ser nuestro vecino porque “vota mal”.

De la misma manera que la honradez es el mejor repelente de la estafa, el liberalismo funciona bastante bien ahuyentando a los lobos que habitan en el Congreso de los Diputados.

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