Pasaporte LGTBI

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Desde que leí la obra maestra de Douglas Murray, “La masa enfurecida”, comprobé que el totalitarismo asfixiante y liberticida que impone el activismo LGTBI no es algo exclusivo de España, sino que se reproduce con la misma virulencia en EEUU o en Inglaterra. Hanna Arendt llegó a teorizar sobre las diferencias que existen entre los regímenes autoritarios y totalitarios, aunque desde la óptica liberal ambos sean igualmente repudiados. Siguiendo esta teoría, el ambiente que se respira dentro de ese marco que llamaremos “colectivo LGTBI” es abiertamente totalitario: no se trata que los ayatolás oficiales coarten ciertas libertades a los miembros del colectivo, sino que directamente acosan en redes y niegan la acreditación de homosexual respetable y digno de derechos a cualquiera que, simplemente, no esté de rodillas ante su odio desquiciado a todo aquello que no sea la izquierda reaccionaria que se autoproclama único portavoz y defensor de los derechos de los gais y lesbianas.

Toda esta burbuja político-asfixiante que vivimos entre los gays cuando nos relacionamos con otros gays es algo que se ve más marcado aun en aquellos más jóvenes, precisamente los que están viviendo los mejores tiempos para las personas homosexuales- que son los de ahora- y que han decidido que todo es una fantasía hetero-capitalista porque estamos peor que nunca, siendo perseguidos y cazados por una extrema derecha que va a devolvernos a los campos de concentración para homosexuales; eso sí, distintos de esos que existían en la Cuba comunista y que para Bob Pop no eran tan malos, ya que, según él, los hombres allí prisioneros y maltratados se lo pasaban “pirata” y conocían a posibles amantes.

Posiblemente lo que vemos en redes sea una reacción mucho más exacerbada y polarizada que la existente en la vida real, en el contacto cara a cara. Pero es indudable que esa involución liberticida y esa paranoia autoalimentada y que va mas allá del mero ridículo es un rasgo cada vez más característico en el colectivo. No en vano, la izquierda sabe premiar y subvencionar a todos aquellos LGTBI que se prestan a hacerles el trabajo sucio contra otros partidos que no tienen complejos a la hora de defender los derechos de los homosexuales como es el caso de Ciudadanos, un partido que siempre ha estado del lado del pluralismo y de la tolerancia pero que, sin embargo, ha acabado arrojado en el mismo saco que el PP o VOX. El ataque en el Orgullo pre covid contra los representantes de Ciudadanos quedará para los anales en las mayores vergüenzas de un activismo que hace tiempo dejó de ser democrático y universal para pasar a ser simples matones de la izquierda y protectores de sus chiringuitos

Pero dejando a un margen este sicariato político y cártel activista, es indudable que, a pesar de vivir los mejores tiempos para los homosexuales, existen amenazas y ataques que no pueden ser ignorados. Las causas de estas resistencias que encontramos en la actualidad no son tan simples como muchos pretenden, culpando al discurso homófobo agresivo de VOX de toda violencia o discriminación que se pueda producir. Sin duda, los ataques al colectivo LGTBI por parte de la derecha beata y la legitimación en muchos de sus sectores de las zonas no LGTBI de Polonia, dan cobertura a reacciones contra los homosexuales de algunos de sus votantes. El problema, sin embargo, al analizar los perfiles de los agresores homófobos es que no todos pertenecen a la esfera de la derecha radical, sino que también responden a culturas y religiones que repudian abiertamente la homosexualidad como el Islam o determinadas regiones de Latinoamérica. ¿Por qué a la hora de analizar y reflexionar sobre las agresiones y los peligros para los derechos LGTBI nadie de la izquierda se atreve a señalar estos dos últimos factores no minoritarios ni marginales en las estadísticas de los delitos de odio?

La realidad es que ser gay no puede convertirse en una especie de profesión para la cual haga falta algún tipo de carnet y pasaporte expedido por un comité oficial de sexadores del buen homosexual. Combatir o revertir la inmensa paranoia desquiciada en la que viven muchos miembros LGTBI entregados a la basura tóxica de la ideología queer de la izquierda es algo que, ahora mismo, no veo viable ni posible. Con esto no quiero decir que los homosexuales que queremos ser libres y tener nuestro criterio propio debamos callarnos y huir de la batalla. Recogiendo la metáfora de otros muchos, no hemos salido del armario para acabar encerrados en una cárcel ideológica y vital creada y custodiada por los guardianes LGTBI al servicio del totalitarismo progresista.

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