Uno de los mayores peligros del totalitarismo moderno es que se presenta de muy diversas formas. Desde la derrota del nazismo y la caída del comunismo, muchos andan buscando nuevos fascismos como reflejos de ambos movimientos. Más o menos lo mismo que aquellos que si no ven tanques o militares a caballo no aprecian el intento de dar un golpe de estado, como sucedió hace pocos años en Cataluña. Sin embargo, las nuevas formas totalitarias de nuestro tiempo se presentan, en muchas ocasiones, como consensos de unas élites que deciden cómo tenemos que vivir o sentir y, a partir de ahí, edifican una nueva jaula vital, social y política, ya sea en nombre del feminismo radical, de lo que es “natural” del ser humano o, en su versión más déspota y amenazante, lo que conocemos como ecologismo o lucha contra el cambio climático. En nombre de salvar el planeta la idea es destruir a la civilización occidental tal y como la hemos venido conociendo.
Sobre el nuevo fascismo ecologista me llama mucho la atención el acuerdo tan casi uniforme que existe entre todos los partidos representativos, ya sean de gobierno o de oposición. La imposición sobre la transición verde o sostenible que consiga revertir todo el daño que el hombre le está haciendo al planeta, al clima, a la naturaleza, y pronto a la vía láctea, llega a tal punto que en nuestro país solo la derecha populista y beata de VOX se atreve a desafiar este rodillo ideológico y que se materializa en la Agenda 2030, como siempre con diagnósticos medio fallidos y soluciones alternativas aún peores. Es evidente que cuando se presenta una alternativa que suena ridícula, lo que se consigue es reforzar todavía más lo que se pretende combatir. Empezando por la fórmula clave sobre la que descansa todo esto del cambio climático: si niegas que hay un cambio del clima y una emergencia climática, eres alguien “negacionista”, al nivel, o incluso peor, de los que se atreven a negar el Holocausto.
Lógicamente, esta retórica se utiliza con un éxito apabullante, al equiparar algo que sucedió y que no admite discusión- el exterminio masivo de los judíos- con una evolución del planeta que a pesar de que está sucediendo tiene muchos matices y lecturas, aunque solo se nos ofrezca una lectura única y doctrinaria. En este sentido, el ecofascismo utiliza el discurso del miedo, sin apenas lugar para la esperanza, pues aun en aspectos que se empiezan a conseguir como mediciones de CO2 en la atmósfera, en seguida se revisan las previsiones al alza y se advierte de que estamos muy lejos, sobre todo porque previamente se ha alejado más la meta. Esta forma tan trilera de actuar se escenifica en las previsiones que se actualizan por la ONU o diversos chiringuitos internacionales tan corruptos como corruptores, que solo tienen como objetivo la llegada del apocalipsis cada vez más cerca porque nunca se hacen los esfuerzos necesarios.
Por esto mismo, la emergencia climática se ha convertido en una parte importante de la conciencia pública después de que a la agenda política se le haya sumado de manera entusiasta, acrítica y fanática la agenda mediática, con unos medios de comunicación encantados de ejercer de profetas del apocalipsis climático las 24 horas cada día. La promoción de la Agenda 2030 como si fuera una especie de parada vital de nuestro planea esconde, realmente, un proyecto político y totalitario que busca que la humanidad asuma su involución mientras una élite privilegiada no va a sufrir, de ninguna manera, los resultados de sus experimentos sociales.
La llamada crisis de la energía que estamos viviendo es la consecuencia no de la escasez, sino de las falacias del ecofascismo que nos hemos tragado desde hace algunos años. Y esto solo representa el principio de peores crisis que amenazan en el futuro, porque todas las políticas, iniciativas y planes destinados a “salvar el planeta” solo tendrán efectos en la mayoría de clases medias y trabajadoras, a las que harán más pobres y sumirán en la profunda desesperanza.
En Europa, por desgracia, solo Francia parece asomarse un poco a la rebeldía contra la dictadura ecologista al empezar a pensar en construir nuevas nucleares, sin que esto sea suficiente como para ejercer de contrapeso a la Agenda 2030. Pero, al menos, intentarán no quedarse sin luz o que esta en una década sea un privilegio para cualquier ciudadano. Creo, firmemente, que cuidar el planeta y buscar un progreso “sostenible” son fines necesarios para la humanidad. Pero lo que se está imponiendo desde este ecofascismo desquiciado de Greta no solamente no va a salvar al mundo, sino que va a llevarnos a la III guerra mundial.