Castilla

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Al escribir mi artículo del día de hoy quise hacer un homenaje a Castilla, mi tierra, y que mejor forma de hacerlo que contando la historia de sus gentes y en este caso, la mía propia.

Para el que no me conozca mi nombre es Óscar Rollón Aymerich y soy natural de Torrejón de Ardoz (Madrid). Sin embargo, estoy fuertemente ligado al territorio castellanoleonese debido a que mis abuelos son oriundos del pequeño pueblo de Villanueva de Ávila, lugar en el que desde que tengo recuerdo veraneo.

Al pensar en mis veranos podría, sin lugar a duda, hablar de la fugacidad de los momentos allí vividos y de la intensidad de estos. Y es que seguro que de ponerme sería capaz de escribir una novela sobre mis periodos estivales que respondería bastante bien a los tópicos latinos “tempus fugit” y “carpe diem” (aprovecha el momento y vive la vida).

Fuera de tópicos, mi pueblo, como tantos otros, se ve fuertemente afectado por el fenómeno de la “España Vaciada”. Es por ello que solo recibe una fuerte afluencia de personas en agosto, periodo en que se celebran sus fiestas patronales y que todo el mundo, viva donde viva, regresa en una procesión al hogar de sus ancestros.

Sin embargo, como tantas veces he afirmado, y como creo dejar entrever, un pueblo no se limita solo al espacio geográfico en que se ubica y sus fríos datos censales, sino también, y esto es lo más importante, a las personas que lo componen, pues estas son las que permiten la creación de una comunidad perenne que forma parte de los anales de la historia, aunque sea a pie de página.

La importancia de las personas y su unión con la comunidad es lo más importante. Me considero firme defensor del concepto de intrahistoria, una razón unamuniana que viene a contarnos que la historia no se limita a lo que podemos encontrar a simple vista. El verdadero pasado se oculta entre las páginas de los gruesos tomos de historiografía o entre las vivaces hojas de los diarios. Son las vivencias personales de cada uno de nosotros que perduran a través de la “tradición eterna” que nos conecta y une con nuestro lugar de origen. Y es que no es ningún secreto que la historia la escribimos nosotros, estando aún la de mi tierra inconclusa, pues somos nosotros quienes, con nuestro devenir, alteramos su rumbo.

Sin embargo, hay comunidades, como mi pequeño pueblo de Castilla, que languidecen y amenazan con desaparecer. Yo siempre he dicho que un cachito de mí se queda en Castilla y León cada vez que salgo. Al acabar el verano y volver cada uno-extranjeros y a la vez originarios- a nuestros hogares lejos del pueblo, aunque siempre prometemos- a propios y extraños y a esas amistades de canícula- escribirnos y seguir en contacto, la realidad es que con el tiempo dicha voluntad se ve corrompida al vernos todos los miembros de la comunidad rural inmersos en los quehaceres de una comunidad mayor. La ciudad siempre te absorbe.

Pero ¿acaso nuestra pertenencia a una comunidad mayor nos tiene tan absortos que nos impide recordar nuestras raíces y a nuestra “otra comunidad”? Para mí la respuesta es no, y es que el hombre como individuo libre puede y debe decidir si doblega o no su voluntad ante ese mundo urbano carente, en algunos casos, de toda virtud. El hecho de decidir no hacerlo es posiblemente uno de los gestos más valientes que se pueden hacer en los tiempos que corren. Mientras que una sola persona alce su voz y esté dispuesto a luchar por la comunidad rural, esta no perecerá y su historia se seguirá escribiendo con la pluma de aquellos que en la época más oscura- ante la decadencia y la desaparición-decidieron no quedarse escondidos tras las comodidades urbanas y plantar batalla.

Pero ¿cómo se debe librar esta batalla? Esta pugna debe realizarla cada uno a su manera. Sería vano por mi parte decir que la única forma de hacerlo es la de repoblar los espacios abandonados. Esto se debe a que, a pesar de lo encomiable de dicha acción, no todos tienen la capacidad para hacerlo. En muchos casos, la mejor forma de ayudar es el simple hecho de tener a la comunidad rural presente en nuestra memoria a través de los recuerdos o incluso el de, como es mi caso, lanzarse a la aventura de escribir sobre ella para que aquellos que no tienen la suerte de conocerla de primera mano también la tengan presente, aunque sea un segundo, en sus mentes.

Todo queda en nuestras manos, manos que, con ayuda de Dios, construirán un futuro próspero y lleno de progreso y libertad para nuestra amada tierra, despoblada ahora, pero nunca desaparecida.

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