Victoria necesaria, pero no suficiente

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Mariano Rajoy

La victoria de Rajoy en la noche del 26 de junio se antoja muy legítima, y viene a resituarlo como el primer y principal aspirante a ocupar la Moncloa, otra vez. Hemos sido críticos con él a lo largo de toda la legislatura, no sin motivos, miles de veces ya citados. No obstante, la confianza que ocho millones de españoles depositaron hace dos días en su persona, debiera ser un aval suficiente para su permanencia. Más si cabe si tenemos en cuenta una campaña electoral de los populares que se diseña por y para Mariano Rajoy, como un traje de sastre confeccionado a medida, resaltando su figura, centrándolo en el escenario. Los que votaron lo hicieron tanto al PP como a su líder.

Nos guste o no a algunos la deriva ideológica y programática que ha sufrido el PP desde el congreso de Valencia (2008) (acentuada en el pasado cuatrienio), donde el de Pontevedra pronunciaría el ya célebre «Si alguien se quiere ir al partido liberal o al conservador, que se vaya»; el 26-J lo ha refrendado en su gestión a lo largo de los últimos casi cinco años. Aun cuando este no sea el motivo real de una parte importante de sus apoyos. En efecto, obedeciendo a aquel imperativo que dejaba la puerta abierta, muchos se fueron al no sentirse cómodos en la que hasta el momento consideraron su propia casa.

No obstante, una parte de quienes se fueron en 2008 para volver en 2011 y volver a marcharse en 2015, han vuelto forzados ante un nuevo escenario. Un escenario donde se ha preferido lo malo conocido a lo…, la estabilidad, la certidumbre. Un escenario dominado por el miedo al radicalismo, un escenario de feble recuperación económica, un escenario de hastío y cansancio, un escenario fragmentado. Tan legítimo es que desde el PP se congratulen por el resultado obtenido (que pese a todo, empeora y mucho la amplia mayoría del 2011), como que desde Podemos traten aliviar el peso de la derrota buscando chivos expiatorios e imaginarios.

Ahora bien, no debieran echar con excesivo ímpetu las campanas al vuelo desde Génova. Porque la victoria se ha sustentado, más allá de un más o menos sólido suelo electoral, en el votante que contrariado y miedoso se moviliza para otorgarles una papeleta con la nariz tapada, imprimiendo en ella un sentimiento de desgana. Unos votos que ahora suman, cierto, pero que se vislumbran extremadamente coyunturales y fluctuantes, nada cautivos. De su gestión y de unas ansiadas reformas al frente de un nuevo ejecutivo, dependerá el que Mariano Rajoy consiga retenerlos.

La victoria del Partido Popular es necesaria, pero no suficiente. Entrará aquí, o más bien se antoja necesaria la entrada, del partido Ciudadanos. Alternativa moderada que muchos ex-populares eligieron en una suerte de voto esperanzado y racional a sabiendas de que, aunque los naranjas no conseguirían encabezar un gobierno, podrían ser el límite a los desmanes del PP absoluto de la pasada legislatura. Además del impulso a una serie de apremiantes reformas que se antojan fundamentales para el futuro de España. En ello va la confianza depositada y el anhelo: que tanto unos como otros tengan altura de miras, levanten vetos y líneas rojas, que pacten y lleguen acuerdos…Y que gobiernen. Ambos, juntos.

Mal que les pese a los de Rivera, su supervivencia política y la viabilidad de sus propuestas pasa necesariamente por el contacto con el poder. Un simple pacto de investidura condicionado, como en Andalucía o Madrid, no sería suficiente. Lo ideal, lo necesario, es un pacto de gobierno que institucionalice una coalición. Una alianza, previo consentimiento (tácito o expreso) de un PSOE necesitado de un lugar en la oposición donde reconstruirse, y que en todo caso liderará habida cuenta del frustrado sorpasso vaticinado por las encuestas. Una alianza desde donde verdaderamente Cs pueda emprender una labor de vigía y control a su socio de coalición, empujando al PP hacia su propia regeneración interna y propulsando sin titubeos una amplia lista de políticas reformistas tan trascendentales como necesarias. Es tiempo pues de comunicación y diálogo, empero también de acción. Las palabras, y más tarde los hechos consumados, dirán.

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