La Revolución Cultural, una herramienta totalitaria

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A finales de la década de los 50 y comienzos de los 60, China empezó a sufrir las terribles consecuencias del Gran Salto Adelante, que produjo la Gran Hambruna China, entre los años 1958 y 1961. El Gran Salto Adelante fue un paquete de medidas políticas, económicas y sociales encaminadas a hacer de China una especia de fotocopia de la URSS, cuya idea estuvo siempre en la cabeza del líder comunista chino, Mao Zedong.

En 1966, cayendo la popularidad de Mao, comenzó la Gran Revolución Cultural Proletaria, conocida como «Revolución Cultural», que representaba una nueva etapa de la revolución socialista en China. Como siempre ocurre en los movimientos políticos destinados a imponer algo, la ideología era más que necesaria; era una revolución a largo plazo y uno de sus fines debía ser acabar con la separación existente en ese momento entre las masas y el Partido Comunista.

Para Mao y el resto de la oligarquía comunista china, la burguesía aunque derrotada, todavía trataba de valerse de las viejas ideas, cultura, hábitos y costumbres de las clases explotadoras para corromper a las masas y conquistar la mente del pueblo en su esfuerzo por restaurar su poder. El principal objetivo de la Revolución cultural debía ser, por tanto, guiar a las masas por el camino socialista y evitar las ideas (y acciones) de la burguesía, que representaban el capitalismo y la «opresión», es decir, el mal camino.

El proletariado debía propinar golpes despiadados y frontales a todos los desafíos de la burguesía en el dominio ideológico y cambiar la fisonomía espiritual de toda la sociedad utilizando sus propias nuevas ideas, cultura, hábitos y costumbres. Así lo ordenaba el Documento de los 16 puntos: «Nuestro objetivo actual es aplastar, mediante la  lucha, a los que ocupan puestos dirigentes y siguen el camino capitalista, criticar y repudiar a las autoridades reaccionarias burguesas en el campo académico y cultural, criticar y repudiar la ideología de la burguesía y demás clases explotadoras, y transformar la educación, la literatura y el arte y los demás dominios de la superestructura que no corresponden a la base económica del socialismo, a fin de facilitar la consolidación y el desarrollo del sistema socialista» (Punto 1). Para conseguir dicho objetivo, se clasificaba a la población china en 4 grupos (Punto 8):

  1. Buenos.
  2. Relativamente buenos.
  3. Aquellos que han cometido graves errores pero que aún no son derechistas anti-Partido y anti-socialistas.
  4. El reducido número de derechistas anti-Partido y anti-socialistas.

Se debía evitar, por la fuerza incluso, cualquier cosa que tuviera relación con la burguesía y el capitalismo; ya fuera dentro o fuera del Partido. Mao relacionó a numerosos cargos del Partido con corrientes “contrarrevolucionarias”, como ya hicieran Lenin y Stalin en el PCUS.

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Mao tenía la idea de que un grupo de representantes de la burguesía y de revisionistas contrarrevolucionarios se había infiltrado en el Partido, en el Gobierno, en el Ejército y en los organismos culturales del Estado; por ello es que la Revolución cultural debía actuar en todos los frentes y llevar a la población china, una vez limpia de burgueses, capitalistas y derechistas, por el buen camino, el del socialismo.

Como se observa a lo largo de los movimientos totalitarios, siempre hay un enemigo, el cual hay que derrocar como sea. En términos populistas, es el «pueblo» quien debe derrocar al «no pueblo», ya sea una oligarquía, una raza u otro ente. Ese enemigo identificado, el «enemigo objetivo» al que se refería Hannah Arendt, se suele corresponder con el peligro para la consecución de los «intereses populares», es decir, para los intereses del Líder.

La Revolución Cultural no iba a ser menos. El enemigo objetivo, el blanco principal de la revolución, en palabras de los dirigentes comunistas, debían ser aquellos elementos en el seno del Partido que ocupaban puestos dirigentes y seguían el camino capitalista. Pero había que poner cuidado en distinguir estrictamente a los «derechistas anti-Partido» de aquellos que apoyaban y defendían el Partido y el socialismo, pero que habían dicho o hecho algo erróneo, o habían escrito malos artículos u obras.

En definitiva, uno de los principales objetivos de la dirección del Partido era «saber descubrir a la izquierda, desarrollar y engrosar las filas de ésta y apoyarse resueltamente en la izquierda revolucionaria. Solo de este modo sería posible, en el curso del movimiento, aislar totalmente a los derechistas más reaccionarios, ganarse a los elementos intermedios, unirse con la gran mayoría y lograr, hacia el final del movimiento, unir a las masas» (Punto 5).

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La Revolución Cultural tomaba significado, en parte, gracias a la hegemonía cultural que había explicado Antonio Gramsci unas décadas antes. Con alguna que otra diferencia. La hegemonía cultural no introduce el uso de la fuerza, solamente el camino intelectual, la construcción de un discurso que agrupe y el enfrentamiento retórico entre la clase dominante y la clase dominada. En cambio, la Revolución Cultural sí usaba la fuerza para acabar con todo aquello relacionado con el «no pueblo», al más puro estilo de purga estalinista.

Otra diferencia estriba en que la hegemonía cultural es previa a la toma del poder (entendido como coacción), es decir, las estructuras del Estado. En cambio, la Revolución Cultural fue posterior a la consecución del Poder. Mao ya era un líder consagrado en el Partido y en la China Popular cuando comenzó dicha revolución.

En definitiva, la Revolución Cultural fue un instrumento utilizado por Mao para llevar sobre el gigante asiático el «terror de masas» que había aprendido de la Rusia soviética leninista. El objetivo era claro, acabar con todo aquello que no fuera en la línea de pensamiento único, en la línea del comunismo. La Revolución Cultural acabó en 1976, cuando murió Mao.

Por aquel entonces, China era un país con bastantes deficiencias económicas y sociales. A finales de los 70 China había mermado bastante, tanto económica como socialmente, como consecuencia de los millones de muertos que se habían sumado entre el Gran Salto Adelante y la Revolución Cultural. El camino del totalitarismo, una vez más, la muerte y la destrucción.

 

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