Le llamaban Rouco, el hipócrita

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[dropcap]N[/dropcap]o sé hasta qué punto puede llegar el cinismo y la hipocresía en la sociedad de hoy en día, especialmente en los estamentos civiles y religiosos erigidos desde la tutela de la ejemplificación, donde los principios ya no son más que la recreación interpretativa de la frase más célebre de Groucho Marx. Es así, vivimos en el imperativo del humo social más improductivo y escandaloso capaz de hacer sombra la Propia Lista Falciani.

Sin ejemplo, sin vocación, carente de toda legitimidad moral podría ser la definición perfecta del Cardenal Rouco Varela, quien sigue recreándose en la ostentación con ese tufo a sotana ahumada bajo la corrupción. Éste no es más que el pequeño reflejo de toda una institución reticente a la pérdida de poder, privilegios o toda distinción frente a la gente común. Es así como procede la iglesia en momentos de desahucios y hambre, es así como procede la hipocresía.

A día de hoy no queda muy claro lo que ya es casta o lo que no pero sí sabemos que desde la auto-ubicación más inmaculada nadie es tan casto como quiere aparentar. Rouco es la anécdota, la Iglesia Católica, en los PGE de 2015 tiene asignados casi 160 millones de euros para la conservación doctrinal y nada más que el dogma antes que el bienestar del rebaño que dicen guiar.

Qué decir de la vergüenza institucionalizada arraigada en un concordato con la Santa Sede de herencia franquista, dibujando vergüenzas que todo partido llamado a ser democrático debería haber purgado, que debería purgar y que algunos recientemente posicionados en el tablero político, santos inmaculados para algunos aunque, realmente, más próximos a ser como los de Juego de Tronos, dicen que van a “revisar”.

Concordato en neolengua, privilegios inalcanzables en la lengua común siendo la realidad de unos pocos materializados en exenciones de impuestos tales como el IBI entre los que se encuentra el nuevo hogar de Rouco. Es así, funcionamos desde la hipocresía, rasgándonos las vestiduras, tirándonos de los pelos mientras el número de desahuciados aumenta en el Estado español y la pobreza deja de ser la anécdota.

No hay bula ni subvención que limpie la podredumbre moral en la que nos movemos. El tiempo apremia. No bastan palabras adornadas para camuflar la hipocresía institucionalizada sino hechos y proyectos reales para la salvaguarda de la dignidad de miles de ciudadanos que ya no ven en ninguna institución una salida clara a las penurias diarias de la cruda realidad.

 

Artículo de opinión publicado el 17 de febrero de 2015 en Publicoscopia.com